Al regresar del viaje a la tribu perdida
--el ser y el crecer estan peleados--
he cambiado mi estructura funcional en el piso.
--Piso, pisamos, nos pisan,
en éstas jaulas
dónde la esclavitud moderna
nos encierra--
De la cocina
--saco amniótico dónde comemos--
me he pasado al 'living room'
desde, por encima de los tejados
del Vilanova i la Geltru
--inteligentemente separados
por la tediosa monogamia--,
puedo ver esa linea mágica del horizonte
donde la esfera del mar y nuestras vidas
toca al cielo engañandonos una vez mas:
El polizonte se escapó
por el infinito del horizonte
donde el cielo y el mar
nos engañan al juntarse.
Tal vez, todo lo que se junta nos engaña
Tal vez, todo lo que se junta es un espejismo.
Es un deseo cósmico de no estar sólos
De no vernos
De no ver
De no percibir el mundo
Porque el mundo, sin maquillar,
--ya se sabe-- es horrible.
Entónces, escribí en mi bitacora de barco varado
--que la llevo siempre a mano, varado o navegando--:
Todos tenemos un pueblo,
una tribu, un grupo
al que permanecer enganchados
para que el toro de la soledad
no nos hiera
en nuestros costados,
para que el ser y el crecer
hagan las paces
y no perturben la ficticia paz
que para sobrevivir necesitamos
y marcar el paso con los demás
sin molestar y ser molestados.
Viaje a la tribu perdida:
el ser y el crecer,
el tener y el transcender,
el permanecer y el plenamente nacer,
dos polos ancestrales
a los que vamos engachados.
Yo tuve un día una tribu
y un pájaro azul,
y un patio lleno de macetas
dónde cantaban los sueños
y dormían las esperanzas,
y curas que disparaban
desde las azoteas engalanadas
dónde la religión cubría
los crimenes a mansalva...
Y ahora,
de vuelta al lugar que nos atrapa,
oteando el horizonte de cielo y mar
que en la distancia nos llama,
por encima de los tejados
de la ciudad que calla,
os damos las gracias
por haber vivido con vosotros
ese engaño sagrado
--como el horizonte--
de la familia y la amistad,
esas muletas que nos salvan...
Gracias.