la imagen de la eternidad, como lo llamaba Platon,
o la eternidad sin imagen, como no lo llamó.
En la noche de marras, comimos y brindamos con la tribu perdida, y el pájaro Azul que un día nos enjaularon, para que la subsiguiente elíptica del planeta alrededor de nuestra estrella nos traíga mejores resultados.
Es la sempiterna e inútil manía de querer mejorar que siempre tenemos los humanos.
Después pusieron la tele para el programa de fín de año, apto tan sólo para inteligencias superiores en camino del satori sagrado.
Debe ser que cuándo nos lo pasamos bien, en jolgorio comunal y botones desabrochados, desaparece el arco del criticismo cuyas flechas se lanzan para otro lado.
Después nos asomamos al balcón para presenciar el espectaculo: fuegos, cohetes y bombazos.
Y yo me dedique, desde las alturas,
desde mi puesto de mando,
a dirigir la batalla que dulcemente me imagine
que el pueblo estaba dando
para asaltar el palacio del opresor del barrio,
y empecé a dirigir a los combatientes,
a la tropa y soldados,
a los Durritis y los Ascasos,
con gritos y ademanes balconeros
que parecian mover hilos militares
que en mi llevo aplazados.
Al final,
entre el humo de los cohetes
y los coloridos castañazos,
perdimos la batalla entre pisos,
calles y tejados.
Despues me convencieron
de que aquello no había sido
una batalla del pueblo como habia soñado
sino la celebración con fuegos artificiales
del Nuevo Año.
Me sentí muy desconsolado.
Al día siguiente me levanté metafísico y andarin
de angustias y subterráneos por los caminos
que vamos pasando,
generaciones que se van,
generaciones que van llegando, y todo sigue,
con ese flujo indetenible que nos han marcado, dónde el misterio del tiempo nos va descuartizando.
Y se apoderó de mi el Dasein heideggeriano,
ese ser-ahi, ese estar-en-el-mundo,
en el corcel de ese tiempo intramundano
que nos va amarrando y conduciendo
como si el molde,
mucho antes que nosotros,
estuviese fabricado.
Esto me pasa en la fiestas del cambio de años.
Cambio de fechas, de tiempos, de movimiento,
de enganches que sugieren
que vamos empalmados a lo efímero,
a lo transitorio, temporal y huracanes
que nos van diluyendo para desaparecer
como sombras y caimanes de orillas negras
que van, horrendamente, pasando...
El aparecer y desaparecer siempre me causan angustia, como esos juegos de los magos dónde,
de pronto, aparece una paloma blanca del sombrero de copa, y, otra vez de pronto,
en el siguiente movimiento de prestidigitación, desaparece ante nuestros asombrados ojos.
Pero en éste caso la paloma blanca somos nosotros,
y el mago, el Tiempo,
y el sombrero de copa el Dasein de don Martin,
el ser-ahi-en-el-mundo.
En el mundo que nos ha tocado,
porque el mundo de ese ser-ahi
es otro juego de manos,
otro arte de birbiloque que,
en este gran bingo de la existencia,
nos ha tocado y penetrado.
Y es ver pasar, pasando,
sin podernos detener ante el abismo
que, con ello, se nos va levantando
cada vez que suenan las campanadas
y las malas y las buenas uvas
nos las vamos tragando...
como hacemos durante todo el año.
Don Martin nos dice que la angustia
--la del aparecer y desaparecer--
es parte inherente y consubstancial
del ente, del ser.
Es la realidad como problema ontológico,
y viceversa, claro.
Pero el factum brutum es que tal conundrum
está en nosotros mismos, no en la realidad.
Porque nos es imposible pasar éstos tres escalones sin darnos el batacazo:
status corruptionis,
status integritatis
status gratiae
Transitar del estado corrupto -humano-
al estado integrado,
y de éste al estado de gracia,
es salirse del Tiempo, de Cronos,
que nos tiene amarrados para devorarnos.
Y es que en las fiestas de "fín de año"
yo siento y palpo más fines,
más omegas de meses,
semanas,
días,
horas y ahoras,
como si todo fuese un rosario infinito,
como el Tiempo,
de cuentas y contadores
que nos marcan los relojes de cuellos y muñecas
que llevan nuestros cuerpos y sombras,
un trabuco kierkegaardiano de abismos
dónde perderemos
todas nuestras amapolas y pertenencias,
una retrospectiva varada dónde desguazaran
todas nuestras auroras y esperas.
(Mas o menos)
..................
Todos los años,
el ente, el Ser que asiste
al cambio de años en el almanaque
y brinda --con la tribu que sea--
desde el pájaro Azul que un día nos enjaularon,
siente una curiosidad angustiosa
por el paso del Tiempo,
y vuelve a leer a don Martin Heidegger,
sin entenderlo, en "El Ser y el Tiempo".
Aqui hay algo al respecto.
"Después de Aristóteles, todas las discusiones del concepto del tiempo se atienen fundamentalmente a la definición aristotélica, es decir, tematizan el tiempo tal como éste se muestra en la ocupación circunspectiva. El tiempo es lo "numerado", esto es, lo expresado y —aunque sólo sea atemáticamente— mentado en la presentación del puntero (o de la sombra) en movimiento.
En la presentación del móvil en su movimiento se dice "ahora aquí, ahora allí etc.". Lo numerado son los ahoras. Y éstos se muestran "en cada ahora" como "en\seguida\ya\no\más…" y "justo todavía no". Al tiempo del mundo que de esta manera queda "visto" en el uso del reloj lo llamamos el tiempo del ahora [Jetzt・]Zeit].
Cuanto "más naturalmente" la ocupación que se da a sí misma tiempo cuenta con el tiempo, tanto menos se detiene en el tiempo expresado en cuanto tal, sino que, más bien, se pierde en el útil, el que en cada caso tiene su tiempo.
Cuanto "más naturalmente", es decir, cuanto menos temáticamente la ocupación que determina e indica el tiempo esté dirigida hacia el tiempo como tal, tanto más espontáneamente el presentante y cadente estar en medio de lo que es objeto de ocupación dirá, con o sin ruido de palabras: ahora, después, entonces.
Y de esta manera, para la comprensión vulgar del tiempo, éste se muestra como una serie de ahoras constantemente "presentes" a la vez que transcurrentes y advenientes.
El tiempo es comprendido como una secuencia, como el "fluir" de los ahoras, como el "curso del tiempo". ¿Qué encierra esta interpretación del tiempo del mundo, e.d. del tiempo que es objeto de ocupación?
Obtendremos la respuesta a esta pregunta si retornamos a la plena estructura esencial del tiempo del mundo, y comparamos con ella lo que se muestra a la comprensión vulgar del tiempo.
Como primer momento esencial del tiempo de la ocupación se nos ha mostrado la databilidad. Ella se funda en la constitución extática de la temporeidad.
El "ahora" es esencialmente "ahora\que" (el ahora en-si)… El ahora datable, comprendido, aunque no aprehendido en cuanto tal, en el ocuparse, es siempre un ahora apropiado o inapropiado. A la estructura del ahora le pertenece la significatividad. Por eso hemos llamado el tiempo de la ocupación tiempo del mundo.
En la interpretación vulgar del tiempo como secuencia de ahoras falta tanto la databilidad como la significatividad. La caracterización del tiempo como pura sucesión no deja "salir a luz" estas dos estructuras. La interpretación vulgar del tiempo las encubre. La constitución extático\horizontal de la temporeidad, en la que se fundan la databilidad y la significatividad del ahora, es nivelada por este encubrimiento.
Los ahoras quedan, por así decirlo, cortados de estos respectos y, en cuanto así amputados, se alinean meramente el uno junto al otro para conformar la sucesión.
Este encubrimiento nivelador del tiempo del mundo, llevado a cabo por la comprensión vulgar del tiempo, no es casual.
Precisamente porque la interpretación cotidiana del tiempo se mueve únicamente en la perspectiva de la comprensión común inherente a la ocupación y sólo comprende lo que se "muestra" en este horizonte, dichas estructuras no pueden menos de escapársele.
Lo numerado en la medición del tiempo realizada en la ocupación —el ahora— queda concomitantemente comprendido en el ocuparse de lo a la mano y de lo que está\ahí.
Ahora bien, cuando este ocuparse del tiempo vuelve sobre el propio tiempo concomitantemente comprendido y lo "observa", ve los ahoras —que sin lugar a duda están "presentes" también de alguna manera— en el horizonte de aquella comprensión del ser por la que este ocuparse mismo está constantemente dirigido.
Por consiguiente, de alguna manera también los ahoras están compresentes: es decir, el ente comparece, y también comparece el ahora. Si bien es cierto que no se dice explícitamente que los ahoras estén\ahí a la manera de las cosas, sin embargo, se los "ve" ontológicamente en el horizonte de la idea del estar\ahí.
Las ahoras pasan, y una vez que han pasado conforman "el pasado". Los ahoras vienen, y al hacerlo, circunscriben el "porvenir". La interpretación vulgar del tiempo del mundo como tiempo del ahora no dispone en absoluto de un horizonte para hacer accesible eso que llamamos el mundo, la significatividad y la databilidad.
Estas estructuras quedan necesariamente encubiertas, y tanto más cuanto que la interpretación vulgar del tiempo afianza más aún este encubrimiento por el modo como ella desarrolla conceptualmente su caracterización del tiempo.
La secuencia de los ahoras es concebida como algo que en cierto modo está-ahí; porque ella misma cae "dentro del tiempo". Decimos: en cada ahora es ahora, y en cada ahora ya se ha desvanecido el ahora. En cada ahora el ahora es ahora, y está, por ende, constantemente presente como él mismo, aunque también en cada ahora ra advenga y desaparezca cada vez un nuevo ahora.
Aunque cambiando de este modo, el ahora da muestras, a la vez, de una constante presencia de sí mismo; y por eso ya el propio Platón, desde esta perspectiva del tiempo como la secuencia de los ahoras que vienen y se van, se vio forzado a llamar al tiempo la imagen de la eternidad: εἰκὼ δ᾽ ἐπενόει κινετόν τινα αἰῶνος ποιῆσαι, καὶ διακοσμῶν ἅμα οὐρα?\ νὸν ποιεῖ μένοντος ἀιῶνος ἐν ἑνὶ κατ᾽ ἀριθμὸν ἰοῡσαν αἰωνιόν εἰκόνα, τοῡτονὃν δὴ χρνον ὠνομάκαμεν
La secuencia de los ahoras no tiene interrupción ni lagunas. Por "más" que progresemos en la "división" del ahora, éste seguirá siendo un ahora. La continuidad del tiempo se ve en el horizonte de algo que indisolublemente está?\ahí. Es en la orientación ontológica por el ente que está?\ahí de un modo constante donde se busca solucionar el problema de la continuidad del tiempo, o donde se lo deja subsistir como aporía.
En ambos casos habrá de quedar encubierta la específica estructura del tiempo del mundo, según la cual el tiempo, a una con la databilidad extáticamente fundada, es tenso.
La tensidad del tiempo no queda comprendida desde la extensión horizontal de la unidad extática de la temporeidad, que se ha hecho pública en el ocuparse del tiempo. El hecho de que todo ahora, por brevísimo que sea, sea ya cada vez un ahora, tiene que ser comprendido en función de algo aun "anterior", vale decir, en función de aquello de donde todo ahora procede: la extensión extática de la temporeidad, que es ajena a toda continuidad de un ente que está\ahí, pero que constituye, sin embargo, la condición de posibilidad para
el acceso a algo continuo que está\ahí.
La tesis fundamental de la interpretación vulgar del tiempo, según la cual el tiempo es "infinito", manifiesta del modo más elocuente la nivelación y el encubrimiento del tiempo del mundo implícitos en esa interpretación y, por ende, la nivelación y el encubrimiento de la temporeidad en general.
El tiempo se presenta por lo pronto como una sucesión continua de los ahoras. Todo ahora es también un "de-antes" o, correlativamente, un "en-seguida". Si la caracterización del tiempo se atiene primaria y exclusivamente a esta sucesión, será principialmente imposible encontrar en ella un comienzo y un fin. Todo último ahora es ya siempre, en cuanto ahora, un en\seguida\ya\no\más, es decir, es tiempo en el sentido del ahora?\ya?\no,en el sentido del pasado; todo primer ahora es siempre un de-antes\todavía\no y, por ende, es tiempo, en el sentido del ahora\todavía\no, en el sentido del "porvenir".
(Es liosillo, pero este es don Martin:
cuesta seguirlo en su discurrir)
El tiempo es, por consiguiente, infinito "en ambas direcciones". Esta tesis acerca del tiempo sólo es posible por referencia al flotante en-sí, de un transcurso simplemente presente de ahoras; con lo que el fenómeno plenario del ahora queda encubierto en su databilidad, mundaneidad, tensidad y publicidad existencial, y reducido a la condición de un fragmento irreconocible.
Si "se piensa" "hasta el fin" la secuencia de los ahoras en la perspectiva del estar\ahí o no\estar\ahí, jamás será
posible encontrar ese fin. Del hecho de pensar de este modo sobre el tiempo...se infiere que el tiempo es infinito"