Adeona |
Abeona |
A Laurelle,
a Miguel,
en el espejismo
de "Le temps retrouvé
"...You are going to carry that weight,
carry that weight,
for a long time"
"...Vas a tener que acarrear esa carga,
acarrear esa carga, por mucho tiempo"
Beatles
Los romanos que, además de matar y robar,
habían introspeccionado mucho,
tenían dos divinidades muy concretas:
Adeona, la del "coming in",
y Abeona, la diosa del "going out",
los dos vectores del paralelogramo de fuerzas humano
cuya resultante, el presente,
nos sirve de cuerdas para columpiarnos
mientras dejamos pasar el tiempo
que nos va llevando.
Es lo centripeto, hacia el centro de la curva
que vamos trazando en el continuum
de nuestro movimiento alrededor
del mundo que nos ha tocado
Es lo centrifugo, lo que, al mismo tiempo,
nos lanza hacia afuera de ese centro
para proyectarnos, para transcender
el viaje dónde vamos enclaustrados.
Hoy, bajo la música de los Beatles,
me ha asaltado esa diosa que rumia
ese "coming in", hacia el centro,
hacia el pasado, el mismo
que nunca termina de pasar,
el mismo que siempre vamos acarreando
columpiandonos con las brisas
del "hic et num" dónde estamos embarcados.
Y me ha asaltado el "té con magdalenas" proustiano
dónde, mojándolas en el líquido caliente
de la rememoración que ajusta lo realizado,
abrimos las compuertas de esa Adeona de los romanos,
ese "coming in" dónde nos miramos
en el espejo de los caminos
por dónde hemos andado.
Yo nací en un eclipse.
Un opaco cuerpo obstaculizaba
la luz en aquella época.
Mi niñez, a parte del murmullo de frondas
de la inmácula planta del comenzar,
transcurrió en el magma histórico
de un invierno nuclear:
el pueblo había sido guillotinado,
los héroes habían sucumbido,
la inteligencia había emigrado,
los poetas cantaban el llanto,
el luto, por decreto, estaba implantado,
los cementerios estaban llenos,
las cárceles, idem de idem,
las Iglesias rebosantes:
el Vaticano había triunfado,
el miedo estaba lleno,
el lleno estaba lleno de miedo.
Y todo en un circulo que le daba
la vuelta a las nubes y al viento.
Y en medio de ello la infancia,
el zul, el mar, el cielo,
el olor a romero,
a jazmín, a geranios,
a dama de noche,
a lumbre, a fuego,
a tribu merendada
por noches y días
de piras y sahumerios.
La noche, las cuerdas de presos atados
camino del infierno;
el día, la infancia, lo eterno.
No se decía nada.
De nada se enteraba el niño
en sus cantos, en sus juegos.
Solo un barrunto lejano,
presentimiento de insinuaciones,
de gestos,
de silencios,
de miradas desviadas,
de ojos agachados,
de forzado encubrimiento.
Después el tiempo fue pasando.
Se crecía.
Se veía.
Y se empezaba a entender.
Pero todo callado,
contenido...psssss....cuidado.
Podían oír, escuchar,
y era suficiente para ser llevado.
El temor tenía su altar.
Y en el altar estaba dios,
el de la tierra,
por la gracia de dios,
y el del firmamento,
por gracia de los hombres.
Todo ocurría por la gracia divina.
Había que resignarse o ir a los infiernos.
Había que ser un buzo para no ahogarse
Pero muchos se ahogaban,
a garrotazos, en el calabozo nocturno;
o tirándose al tren o tirándose al monte,
el último reducto del heroísmo de los hombres.
Tan hundido estaba el barco.
Después, poco a poco,
cuándo había menos que castrar,
los castradores fueron cambiando
los cortinajes del cuarto.
El desempleo me sacó de todo ésto.
Que el desempleo también nos trae suerte
porque nos hace movernos.
Barcelona era el puerto,
la pequeña lucecita
en aquel eclípse que acompañó la infancia
de brazos y fusiles en alto.
Pero pronto Barcelona se quedó pequeña, estrecha.
Fue cuándo la marea
de la camisa de fuerza
nos empujó hacia afuera.
Fue entónces cuándo Abeona,
"going out", entro en escena,
llamándonos a salir, a escapar,
a Transcender, Transcender aquella hechura
que apretaba y axfisiaba.
Asi encontré Kibutz Dvir,
en el Neguev, Israel.
Un 11 de Enero del sesenta y cinco
me embarqué en Marsella
en un viaje sin ontológico regreso.
(Aún el canibalismo judío
no se había comido a sus vecinos)
Llegué virgen y verde,
salido de un crisálida de larva sin alas,
novicio sin hábito
que no había encontrado la entrada.
Había comenzado un camino,
'andante ma non troppo',
sin vuelta atrás.
Hay caminos sin regreso,
lo mismo que circunvalaciones
que nos regresan al mismo sitio.
Hay veredas lineales
que no vuelven "ab initio",
lo mismo que hay circulos
que retornan al inicio.
Abeona cambió mis elípticas
y todos mis grados.
Entré en una trigonometría insospechada
por la que tanto había esperado,
dónde de otra forma se calculaban los ángulos.
Era el compás abierto a los parámetros ocultados
de un mundo que estaba en la otra orilla,
al otro lado.
En kibutz Dvir conocí a mi primera mujer.
Y después, viajes,
vuelta al mundo,
continentes,
países, pueblos, paísajes,
por la piel de ésta Tierra,
increíble y formidable,
dónde la variopinta humanidad trenza
sus proyectos y reciclajes,
y los surcos y las luchas
adoban y enderezan
horizontes y atajos cambiantes.
Alli también conocí, en Dvir, diez años después,
a mi segunda mujer.
Y a mi primera persona del singular.
Y a mi plural.
A todo un coro cantabile
que portamos y del que sólo
unas pocas voces escuchamos.
Y vuelta al nomadismo,
a los caminos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio,
sin otro nombre y sin pueblo.
A montar una invitación
del egotism à deux
que está ya en el brocal del pozo
de las cuatro decadas,
raiz cúbica de entradas y salidas,
conjunción que se acarrea toda la vida.
Y todo comenzó
en los meandros del día a día,
en el horizonte del incompromiso
dónde nos deslizamos en la libertad nacida.
Asi llegó la cultura inglesa a mi casa,
a la del 'Homo anadalusí';
asi llegó ésta kultur a aquella,
otra vez la viceversa.
Todo son viceversas.
Y asi se amalgamó 'El Azar y la Necesidad'
(Jacque Monod) en mis puertas,
vestidos de contingencias
de la mano de lunas y estrellas.
Nunca sabemos qué separa estas dos azoteas
que se entrelazan sin fronteras.
¿Es el destino de los griegos
o es un arcano dónde los electrones
del quantum de la existencia
bordan sus vestidos en impenetrables entretelas?
Despues, cuando llegó la hora de moverse,
nos fuimos al Norte a otro kibbutz, Sha'ar HaGolan.
Desde la nímbica piscina,
a través de las alambradas,
veíamos a las mujeres palestinas
acarreando cántaros de la escasa agua.
Israel había desviado las aguas del río Jordan
haciéndo de Sha'ar HaGolan un vergel bananero
en medio de la sequía que circundaba.
Después, ya sabemos, levantaron Muros
en un monstruoso Apartheid
que desvía aguas, tierras y vidas...
ante la complicidad del mundo entero.
Fue ya por aquel entónces
cuando la luz empezó a crear sus radios.
El 'pueblo elegido' diluía sus mitos y artificios
y el disfraz caía derretido.
A veces ibamos en bicicleta a Tiberías,
en el lago de Galilea.
Excursión idílica de pristina belleza.
Alli, sentados junto a aquellas riberas,
tiempo de palimpsestos sin vueltas,
recordaba cuándo Cristo creó su ejército
de seguidores entre los pauperrimos pescadores,
hombres que nada tenían que perder
--porque nada tenían--
serían los que fundarían la actual 'religión oficial':
desde los pescadores de aquel lago al Vaticano:
Cristo se está ahogando.
Después regresabamos el mismo día
o, si disponíamos de tiempo,
nos quedabamos en cualquier lugar,
no lejos de las orillas de aquel mar,
que, al atardecer, se convertía
en ensoñaciones dificiles de olvidar.
Pero el tiempo,
ese duende que camina más aprisa
de lo que nos podemos imaginar,
fue apretando sus tuercas,
y llegado el cuadrante propicio,
decidimos irnos a Eilat, al Sur,
a orillas del mar Rojo.
Había que ganar algún dinero.
Trabajamos en un lavandería y dormíamos
en una anexa nave industrial:
gesto del amo del negocio
que nos cedió el lugar
con esa taimada y ficticia generosidad
que los propietarios usan
para tener contentos a los esclavos
que tienen que explotar.
Como no teníamos fundas de almohadas,
tomamos unas de la lavandería
para forrar una especie de bulto
que teníamos para apoyar la cabeza.
Aquel dia, el dueño lo descubrió y nos despidió.
Rateros de fundas de almohadas,
nos llamó.
Ya los rateros habían cobrado,
así que no tuvimos que esperar.
Teníamos que encontrar un nuevo lugar.
Al otro lado de Eilat, en Jordania,
está la ciudad de Aqaba.
De noche, desde la playa dónde dormiamos
--se acabó la 'suit' de la nave industrial--
veíamos las luces de Aqaba
como vibrantes perlas brillantes en el mar.
Y uno se dormía con aquellos destellos lejanos
que se reflejaban en las aguas
en demiúrgicas lenguas lumínicas
que llamaban como sirenas encantadas.
(Hasta hoy en día, cuándo veo luces reflejadas en el mar vuelo a Aqaba y siento que sigo durmiendo en las playas de Eilat)
No sé lo que hicimos pero nos apuntamos
en unas oficinas para trabajar
en el 'Moshad' Neviot, al Sur de Eilat,
también en la orilla del mar Rojo.
la diferencia es que aqui,
en el moshad, las tierras son privadas,
pertenecen a alguíen que las explota
en su beneficio, pero la infraestructura
de los recursos y la logística
de la convivencia son comunales;
el comedor, el bar, los lugares de recreación.
Los 'voluntarios', como nosotros,
vivíamos en bungalos a poca distancia del mar.
Era maravilloso aquel lugar.
El mundo se antojaba un planeta lejanísimo
al que nadie quería regresar,
tal era aquel pristino baluarte de montañas,
desierto y mar, los tres ensamblados
en magia telúrica y marina
que coagulaban el tiempo y el espiritu
en una especie de temporal eternidad.
Un dia, paseando por la playa, encontramos una casa de beduinos abandonada. Para ese entónces ya teníamos ahorradas unas liras e, 'in pecto', levantar el campamento. El capítulo de Israel estaba llegando a su fín. Había que despegar. Así que dejamos el Moshav y nos instalamos en aquella casa; buen lugar para meditar el paso siguiente a dar.
La casa se convirtió en transito de nómadas internacionales que pasaban por la playa y entraban. No puertas, no ventanas. El mar, a pocos metros, daba la bienvenida. El rojo de las montañas de Arabia Saudí, en la lejanía, advertia de que aquello era una galaxia donde la civilización no se impondría. Adeona y Abeona vivían en armonía.
del exterior nos llegó
una tira de plástico azul de LSD's.
El desierto.
Las dunas.
El mar.
La luna llena.
Las montañas,
rojo desmesurado.
La casa de piedra y palmas
ya no estaba abandonada.
Indescriptible proscenio.
(Yo ya había tomado una LSD que nos dieron en India, y me acuerdo primordialmente por el pinturesco tipo que me la dió, pero, sobre todo, por la posterior conmoción cuándo la ingerí al regreso a Barcelona; aquella píldora gorda --era muy grande para los standars-- me impidió continuar 'haciéndo la vista gorda'. Gracias, píldora gorda)
Lisérgidas experiencias que calaron el melón
que teníamos que probar,
nunca abierto de esa manera
para poderlo inspeccionar y saborear.
El melón de uno mismo, claro está.
Asi, una nueva
'Capilla Sixtina' pudimos pintar.
A veces nos caíamos del andamio,
pero volvíamos a subir y a continuar.
La entrada en contacto
con el iceberg del inconsciente
es una larga galería dónde se ejecuta
un insospechado ballet
que, sin saberlo,
marca los pasos que vamos dando.
Si Freud decia que la mayor parte
de lo que tenemos en la conciencia es ficción,
mientras que lo que reprime el inconsciente
es real, es lo que pudimos comprobar:
Por asistir, como testigos, ante el espejo reflejante
de la excitación del sistema mesodiencefálico,
a lo que, tras bambalinas, mueve a nuestros actores
y los hacen representar las exigencias
de nuestras pulsiones,
nuestros instintos y nuestros encargos.
Por observar, ya sin máscaras,
nuestras estimulaciones eléctricas subcorticales,
esos materialistas directores de orquestas
que dirigen nuestros músicos interiores.
Por descubrir que es verdad lo que los apóstoles
del 'quantum' postulan: que el tiempo no existe.
Por experimentar que el "antes y el después"
es tan solo un juego de manos dónde se descubre
que en la fluctuante "flecha del tiempo"
el "después" puede ir antes que el "antes",
lo cual puede ser un naufragio sin botes salvavidas
porque perdemos el timón del barco.
(Aúnque después aprendemos que el citado timón
no es conducido por nosotros)
Por sentir que lo mismo navegamos
con Adeona que con Abeona,
sin darnos cuenta,
por ser el 'dentro' y 'afuera'
formas convencionales de la misma esfera,
y que todo depende de la Necesidad y el Azar
que nos acompañen en determinada empresa.
Por sentir que nos posee una endógena y regidora neurofisiología de la cual el consciente
no tiene ni puta idea, y mucho menos el presumido "yo",
dánde verificamos lo que decía Freud
de que "el yo no es dueño de su propia casa",
solamente la tiene alquilada.
Por averiguar lo delirante que es el asistir
al 'Thetrum Mundi' dónde
el 'Yo' es el 'Otro' y el 'Otro' eres 'Tu',
una prestidigitación intercambiable
dónde espectador y actor no se distinguen
en la tramoya de la escena.
Por darnos cuenta del abismo:
de que no somos productos de la evolución natural,
sino que somos criaturas culturalmente 'clonadas':
el hombre hace al hombre;
la Naturaleza nos hace "homo", no "sapiens";
esto último es una tarea que le corresponde
a la cultura del grupo dónde nacemos
Que miedo.
Y que tranquilidad al conocer la verdad.
Lucien Malson en su obra sobre los niños salvajes resume los rasgos de los más de 60 casos conocidos a partir del siglo XIV de niños criados al margen del contacto humano:
--Marcha inclinada.
--No hablan.
--Falta de distinción perceptiva.
--No se reconocen ante el espejo.
--Falta de destreza técnica, la mano no sirve para coger o manipular objetos
--Falta de expresividad facial.
--Falta de interés sexual.
Se trata de rasgos generales, ya que en casos puntuales llegan a hablar algo o manifiestan interés sexual (aunque como mecanismo puramente biológico, en el caso por ejemplo de Victor de l'Aveyron). En conclusión, ni la libido, ni la técnica ni la posición erguida son "naturales".
El comportamiento reconocidamente humano no se hereda biológicamente salvo en sus manifestaciones más simples de supervivencia, como orientación a paliar el hambre o la sed, procurarse la evasión del peligro o encontrar refugio.
Lisérgidas experiencias en Neviot.
En la casa de beduinos abandonada.
Todo lo tenemos abandonado
..hasta que nos proponemos encontrarlo.
La luna llena sobre el desierto y el mar,
paisaje galáxico difícil de contar.
Y el mundo lejos, muy lejos,
como sombras de la Caverna de Platon.
Tal vez haya una constante y arcana "anamnesis" en el ser humano, el concepto de la teoría epistemológoica y psicológica de Platon a través del cual nos dice el filósofo griego que en el inconsciente colectivo --él lo pone en términos de las pasadas "reencarnaciones"-- de todos nosotros subyace un conocimiento que lo tenemos que redescubrir: mineros de estrellas: bajar al fondo de nuestra "terra incognita" para sacar los luceros que la custodian. El tabú es el hombre mismo.
Cuando llegamos a Barcelona,
a principios del setenta y seís,
me compré los tres tomos
de 'Ensayos sobre Budismo' de D.T. Suzuki.
Quería ahondar en las experiencias de Neviot.
Después descubriría que el Budismo Zen es pedir 'parada' en un autobús. Para, nos bajamos, y lo vemos alejarse como si no nos hubiésemos bajado. Es lo que terminé de aprender, veinticuatro años después, cuándo me lanzé a tomar un curso en el Mountain Zen Center, California. Porque, en realidad, en éste autobús dónde viajamos no hay paradas, mejor dicho, sólo hay una, pero es al final del viaje. Paradas intermedias no existen.
Sólo existen una Adeona y una Abeona,
un ir y venir 'hacia adentro' o 'hacia afuera'
--aúnque sean conchas de la misma esfera--,
dependiendo todo de la necesidad,
que tengamos de transcender
o de permanecer en la crisálida,
y ésta es la carga que tenemos que acarrear
hasta esa parada final del viaje,
you are going to carry that weight,
carry that weight,
for a long time,
o también, ahora ya lo podemos decir,
de la necesidad que tengamos
de esas alas con las que podamos despegar
para remontar el vuelo único
que nos ofrece el incomprensible
milagro de la vida,
cómo es el hecho de que éste ensamblaje
de trillones de átomos,
con el mismo material
del que estan compuesto las estrellas,
--y aúnque sea por unos instantes--,
pueda verse a sí mismo,
"coming in",
y al Universo dónde existe,
"going out".