Sunday, April 14, 2013
He salido a pasear el perro para que no se cague en casa...
Esperando las elecciones de la "Niña Bonita" venezolana
he salido a pasear el perro para que no se cague en casa.
Es el perro de la soledad.
Ese canino de pedigré ancestral que si no lo sacamos
a pasear hace sus necesidades en casa y después todo
lo tenemos que lavar, o disculparnos por su conducta,
que es igual.
Eso si, al sacarlo tiene que llevar bozal
(en casa no le hace falta, conoce el percal)
porque puede morder a alguien que no conoce,
y no por maldad, sino porque en la calle
solo encuentra a enemigos que le podrían
ladrar y asaltar.
Pues le pongo su bozal y collar, le amarro una cuerda
...y a pasear.
Ya nos conocemos muy bien los dos,
yo a ella (es perra) y a ella a mi.
Llevamos toda la vida juntos desde que me cortaron
el cordon umbilical.
A veces, eso si, cogemos unas vacaciones
cuando nos cansamos el uno del otro:
en verdad: a veces no nos soportamos.
Ella se convierte en mi Nemesis y yo en su Antítesis,
y chocamos de manera confrontacional,
y nadie cede,
y todo se nubla,
ella en su atalaya,
altiva y empenachada,
sintiendo que la quiero dejar;
yo, harto del aislamiento que me proporciona,
tratando de romper las cadenas de mi debilidad.
Un desastre, la verdad.
Pero pronto nos damos cuenta de que no podemos
vivir separados.
De que nos hace falta la excelsa contradiccion
que produce la 'coincidentia opositorum'
que los dos amamos.
Entónces ella comienza a llamarme a distancia,
a ladrarme como sólo ella lo sabe hacer,
y yo a contestarle por mis medios humanos
que ella bien sabe comprender.
Es el mutuo entendimiento que siempre acarremos
con nuestra soledad, un acuerdo tácito, metafisico
y visceral, para poder trabajar los dos juntos
de costaleros bajo el común paso processional
que todos los días, a todas horas,
tenemos que sacar por las calles y avenidas
por las que estamos obligados a transitar.
Hoy, como se costumbre, hemos salido a pasear
junto al mar.
En la playa yo le quito su bozal
y yo también me quito el mio para entrar
en mis monólogos que ella
tan bien sabe oír y apreciar.
Es como, si, lejos del mundo,
ya no nos hicíera falta nadie mas
al tenernos totalmente el uno al otro
sin barreras, sin tener que disimular,
libres ya del 'teatrum mundi',
de sus máscaras y de su falsa realidad.
En la playa yo le quito su bozal y ella me quita el mio
y nos ponemos a retozar;
la brisa al frente jugando remolinos de eternidad;
la fila de pelícanos volando en línea
...y ella me pregunta, "¿adónde iran?",
y yo le respondo, "soledad, en el vuelo
no hay ni ir ni venir,
es tan sólo la ingravidez del devenir"
...¡Oh, la playa, el mar!,
la curva del horizonte,
el infinito,
compañera soledad...
Nos contamos tantas cosas...
que solo ella y yo podemos escuchar!.
Y el viento se las lleva sin que sepamos
si retornaran, si volveran,
porque nada es nuestro,
nada se puede acaparar...qué bien...
Después, satisfechos ya,
ella hace sus necesidades y yo las mias.
Nos ponemos cada uno el bozal,
y regresamos a la casa,
al eterno retorno,
curados ya,
y los dos nos damos cuenta
del por qué tenemos que sacar el perro a pasear.
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