Antiguamente habían lo que en Andalucía llamabamos er cozario (los cosarios), que se encargaban, en carros, cabellerÍas o a pie, de llevar recados, mandados o mercancías de un lugar a otro.
Eran los mensajeros de noticias y productos que llevaban sus caminos y que en la infancia resultaban marco polos de tierras extrañas y lejanas que la imaginación de la infancia vestía de galas y ponía en esos percheros que los temps retrouvé un día recuperan y reconstruyen la lírica metafisica que de ellos siempre nos acompaña...
Mi madre era de Moguer (Huelva) y allí seguía toda su familia, su tribu, el pathos de su pueblo (ya todo pulverizado por los venda-vales del llamado progreso), y su vernaculidad autóctona, su ethos perínclito, su habla de ataviada mogueraña de raza, riqueza ígnea y demiúrgica de la cúal soy su herededo; tal vez transmisión glandular por entrelazamiento cuántico que oculta el misterio del silencio...
Principios de la decada de 1940's. Vivíamos en Huelva. Carretera de Sevilla, nº 16, Junto al Árbol Gordo, Frente a la Huerta Mena. No habían códigos postales, sólo el mochuelo que en el árbol gordo cantaba todos los veranos con los códigos que todos entendíamos sin decirnos nada. Qué tiempos...cuándo las mariposas aún volaban aúnque las flores de los campos permanecían sin polen y calladas porque la historia de los hombres, esa guillotina que amputa y descalabra, seguía, inmune, llamando en todas las puertas que hallaba...
A mi niñez de arcoíris bajo lutos que nos acechaban le entusiasmaba el Carro de Valentín, er cozario de Mogué. Yo lo esperaba siempre como a ver que me van los reyes magos a traer...
Era como una esperanza viajera que combate la rutina que ya hasta en los niños empieza a entrenar las cabalgatas de su ser. Y tan sólo era un carro tirado por mulos. Leña y cargas debajo del carro. Encima de todo lo habido y por haber.
¡Arrreee Neetooo...!
Y Neto, el mulo cabecera que llevaba el volante en el carro, dependiendo de la onomatopeya pronunciativa de Valentín, entendía perfectamente lo que debía hacer. (Yo tardé en hablar porque me quedé enganchado en la fonética mulera de Valentín, y me dirigía a los cuadrúperos mejor que a las personas. En la casa de mi madre en Moguer, suelo de tierra que los mulos -al llegar del campo- recorrían hasta la cuadra, en el corral, pasando por el comedor dónde estabamos comiendo. Tendríamos unos ocho años. Cuándo al pasar la mula vieja que tenía mi tío Antonio, yo, de guasa, le tocaba el culo...(Después me costó mucho mas hacerlo con las personas) Ay, qué tiempos...!)
Valentin llevaba botas con una especie de herraduras que al pisar los adoquines de la carretera se escuchaban como soldados en marcha. Tenemos que tener en cuenta que entre Moguer-Huelva había unos 17 kilómetros que, en ida y vuelta, al pie del un carro...muchos soldados en marcha.
De vuelta a Moguer, al pasar por casa, es cuándo Valentín me dejaba subir a su carro. En la carga debajo del carro había unos salientes en los que se podía poner los pies y con las manos bien agarradas a los palos ibamos navegando. El viaje iba desde la casa hasta la Gabia, un desague de aguas negras que al mar llevaba sus perfumes enclaustrados y dónde algunos se bañaban en verano...
Pero yo quería un látigo,como el de Valentin