Los silenciados Héroes en Silencio
Por Francisco Javier Gonzalez Publicado el 5 de Abril, 2020
Hay personas a las que la vida va dando zarpazos, va arrinconando hasta hacerlos invisibles a los ojos de los que aún tenemos asideros que consideramos sólidos como trabajo, salud, familia, hogar… Los más afortunados construyen sus precarias chabolas donde pasar los días y las noches en la acompañada soledad de parejas desnutridas, con hijos parcamente alimentados gracias a la diaria comida que le dan en la escuela los días que acuden; hijos que juegan con camiones hechos con latas de sardinas o con barcos de cualquier corcho de palmera flotando en la escorrentía del barranco. Otros, menos afortunados, se cobijan sobre colchones de desecho y mantas mugrientas bajo cualquier hueco medianamente abrigado del ojo de un puente. Algunos ni eso.
Los he visto por todos los sitios por donde he pasado en este puñetero mundo supuestamente rico, culto, desarrollado…y cruel, deshumanizado. En Europa, España incluida, formando poblados enteros cada vez más abundantes y mayores, donde recalan los que huyen del hambre que la expoliación o las guerras que este mundo desarrollado ha provocado para su provecho y que los margina, expulsándolos de su patria de origen. Por ahí están, mesturados con los nacionales de cada territorio, aquellos a los que oscuras sucesiones de desventuras terminan arronzando en negros arrifes de desolación.
Los he visto en Gran Canaria, en el Rincón y la playa del Confital, con chabolas una y otra vez destruidas y reconstruidas o en Tamaraceite y en las cuarterías sureñas. Los he visto en mi propia isla, Tenerife, bajo el puente Galcerán, por cuevas de barrancos, en chabolas precarias junto al Pancho Camurria o en el Parque Marítimo, verdaderas Ave Fénix, destruidas y reconstruidas una y otra vez. Los he visto durmiendo en cajeros, en bancos de parque o como obligados ocupas de ruinosos abandonos de lo que un día fueran fábricas activas como la de Celgan o viviendas vivas de El Toscal. Los he visto por Arona al margen de las turísticas urbanizaciones y por las laderas de Guaza. Los he visto aquí mismo, en mi rincón gomero, durmiendo entre tarajales al borde de la playa como un pobre anciano alemán que, antes del confinamiento, se sentaba plácidamente, envuelto en su propia mugre, ofertando en silencio unas tarjetas iluminadas a color a algún transeúnte caritativo.
¿Dónde, habrá “confinado” a estos parias de la tierra nuestra sociedad implacablemente competitiva? ¿Dónde estará recluida ahora Yurena con sus 2 niñas, a la que que hace unos años, en uno de tantos derribos de las chabolas del Pancho Camurria, arrasaron con la suya, sin aviso y sin dejarle recuperar sus magros enseres y que, trabajando por 400 euros para la empresa “Serunión” en el comedor del Albergue Municipal, fue expulsada de su trabajo por el terrible delito de “robar 100 gramos de queso gouda de la nevera y tres panes de 60 gramos” como consta en su despido? ¿Y todos los marginados del poblado Pancho Camurria? ¿Dónde estará confinado Moisés Kamo “el Morenito” que vino desde Sierra Leona hace años y sobrevivía de su puestito dominical en El Rastro chicharrero? ¿Y Lolo y Vanesa, ex drogadictos ya limpios, a los que el paternal Gobierno de Canarias les arrebató “para ayudarlos” a sus 4 hijos?
¿Desde qué balcón aplaudirán a los héroes del COVID-19? Para la sociedad de tres comidas al día, baño y ropa limpia son seres translúcidos, como formados de ectoplasma puro, que ni siquiera merecen un puesto en los morideros oficiales.
De las dos ciudades más importantes de Tenerife, el Albergue Municipal de Santa Cruz tiene 96 plazas y el Centro de Mínima Acogida otras 20, ambas tiempo ha repletas como pulgas en un perro. Se han habilitado con motivo de la pandemia que padecemos los polideportivos Paco Álvarez para 30 personas y Quico Cabrera para 25. En La Laguna el Ayuntamiento con Cruz Roja ha habilitado uno en el anexo a Anchieta I para 22 más. Total techo para 193 personas en condiciones ínfimas para aguantar una larga cuarentena. Del resto de municipios no lo sé, pero aún duplicado la cifra de los capitalinos ¿Qué sucede con los restantes hasta el millar que Caritas estima que deambulan por la isla?
Aún más preciso, como ejemplo inmediato: “El Diario.es” recogía antier las declaraciones de José Miguel Pérez Delgado, un tinerfeño de 43 años, con una experiencia de 8 meses de vida en precario al margen de una sociedad ciega. Una docena de personas como él, entre canarios, alemanes, italianos, ingleses y hasta un húngaro romaní -que si estuviera en su tierra el fascista de Viktor Orbán lo volvería a expulsar- utilizaban las dependencias del Aeropuerto Tenerife Sur para sobrevivir, ese que la estulticia de los medianeros colonizados criollos denominó como “Reina Sofía”, pernoctando bajo techado y usando discretamente los servicios. Estalla la pandemia y con ella el cierre del tráfico aéreo con lo que se han visto expulsados de las instalaciones. José Miguel aún se acoteja porque hay alguna gasolinera que le permite usar su lavabo. El resto, algunos enfermos, ulcerados, sucios y hambrientos, son carne propicia para el puñetero virus.
Declara José Miguel y copio de El Diario: «nos tratan como apestados» y relata que reclaman ayuda por parte de alguna institución. Asegura que ni la Cruz Roja ni el Ayuntamiento de Granadilla les han prestado atención. «A veces la Cruz Roja ha pasado por aquí y miran para otro lado cuando les pedimos algo de comer», insiste José Miguel Pérez, al tiempo que acusa de dejadez a la Corporación local: «una trabajadora social en San Isidro me dijo que teníamos que llenar unos papeles para ver qué se podía hacer, pero de ninguna manera han querido acercarse para resolver de verdad nuestro problema».
¿Dónde estarán disfrutando de su crónica soledad, ahora centuplicada, tantos sobrevivientes de las mareas de la vida que se ganaban unas perrillas –hoy eurillos- en trabajos a salto de mata que les permitían, al menos, infravivienda y comida diaria? No lo sé. Eso no sale en la prensa ni se contabiliza en las estadísticas.
A veces mi esposa y yo, comentándolo en nuestro confinamiento, nos angustiamos pensando en Luba, un alemán setentón que hace años que se refugió de la vida con su perro y su móvil en Valle Gran Rey. Todas las semanas venía en la primera guagua, casi de madrugada, a la Villa –como los gomeros de nación o de adopción llamamos a San Sebastián- acompañado del perro, cargado con una escalera, un cubo y sus aperos de limpieza para dejar transparentemente brillantes los cristales de quienes se lo encargaban. Así lucían los escaparates de Modas Cecilia, las cristaleras del Quiosco del Pajarito y otros negocios villanos. A nuestra casa, con una larga galería con correderas acristaladas al patio, engorrosas de limpiar, venía cuando le avisábamos. Antes de las ocho entraba, desayunaba en casa y pasaba a limpiar las cristaleras. Siempre amable y sonriente, incluso cuando murió su perro, perdió su móvil y se quedó consigo mismo como única compañía. Tuvo sus achaques y la vida se le fue endureciendo. Con los recortes en gastos de la gente, cada vez se le hacía más difícil. Ahora, confinado y solo, nos preguntamos ¿Cómo sobrevivirá sin el modesto ingreso de su escalera y sus paños de limpieza?
Nadie de los desarraigados de la fortuna tiene balcón para aplaudir, aunque los acogidos en el Albergue chicharrero hasta han sacado a la puerta una pancarta agradeciendo a los que destaca la prensa como los héroes de la que denominan guerra contra el virus. No lo tiene Moisés. Ni Lolo y Vanesa, ni Yurena, ni Grace la “Guiri”, ni José Antonio y Alba, ni José Miguel que busca una gasolinera para lavarse la cara. Tampoco nadie aplaude por ellos que son, en verdad los silenciados “Héroes en Silencio”. Luba, con su español más bien escaso, entenderá que él es un verdadero Héroe en Silencio o, para su mejor entender, mi amigo Luba es un auténtico “Stille Helden”.
Francisco Javier González.
En Gomera, confinado pero libre, a 4 de abril de 2020.