Thursday, January 14, 2021
HOY, UN DIA CUALQUIERA DESDE QUE APARECIO LA VIDA EN LA TIERRA, RECUERDO A MI TIBIA Y PERONÉ Y A LAS HERMANITAS DEL "CORNETTE"
Hoy, un día cualquiera
desde que apareció la Vida
en la Tierra,
el Viento ha llevado
la flecha del tiempo
cincuenta y nueve años
--quinta del 62--
dentro del pasado
cuándo me rompí
una pierna.
(Me he roto muchas cosas mas,
pero ésto pertece a las parábolas
que estan en el otro extremo
de las piernas)
Y es que el -pobrecito- consciente es un garbanzo
en el campo de fútbol del subconsciente. Ya nos podemos imaginar cuánto almacena el garbanzo
en comparación a lo que retiene la cancha de fútbol
dónde de contínuo se estan metiendo goles sin que el -pobrecito- garbanzo se entere de nada. (Ya lo decía el maestro vienés: "el yo no es dueño de su propia casa")
Pues asi habrá pasado hoy cuando el Viento --metiéndonos esos goles del recuerdo-- nos empujó a cuándo estabamos haciéndo el servicio militar (a los militares hay que servirles lo mismo que aquel canónico para servirle a Dios y usted que nos hacía decir el señor del Castillo)
Tibia y peroné.
Los dos.
Cuándo ocurre es trágico porque la pierna, al quedarse sin su sostenimiento oseo, se dobla, no se puede sostener, y forma un tenebroso ángulo, en mi caso de casi noventa grados. Menos mal que los buenos samaritanos que nos acompañaban rápidamente la enderezaron para colocarla más o menos recta. Lo curioso y tremebundo es que al romperse los huesos se produce el mismo diabólico ruído que cuándo flexionamos una tabla hasta que se parte, y entonces el ¡PLAF! inunda la estancia como si se hubiéra partido una puerta, un mueble...La víctima --el roto, un servidor--, de momento, un segundo y medio, no se imagina que aquel ruído haya podido salir de su pierna hasta que ésta cae doblada...y los compañeros te la enderezan. Del dolor no hablemos porque cobró la dimensión del campo de fútbol mencionado con jueces de línea a ambos lados.
La escena ocurrió en el Alto Estado Mayor de Madrid dónde estaba enchufado en la sección de Estadísticas que llevaba la contabilidad de los equipos de guerra de los tres ejércitos. El fefe, un tal coronel de bigotito mal hecho y expresión de cavernicola, nos dijeron, era el propietario de la mitad de los olivares de Jaen. Aceite le chorreaba por todos lados.
El AEM era un lugar sui generis para hacer la mili. Estaba formado por dos edificios, uno, las oficinas generales debajo de las cuales estaba el despacho del Gran Jefe, Muñoz Grandes, que fue el comandante de la Division Azul que luchó con los nazis en Rusia y que fue condecorado por Hitler con la Cruz de Hierro
que en esta foto la podemos ver colgada en su pecho, y otro edificio destinado a la soldadesca y la guardia civil que vigiliba las instalaciones que se consideraban de alto riesgo miliar, y otro dificio para la soldadesca y la guardia civil que se ocupaba de vigilar y hacer guardia a la puerta del AEM.
Recuerdo que en Abril de 1963, cuándo fusilaron a Julian Grimau, comunista de los malos, se corrieron rumores de que el pelotón de fusilamiento salió de la guardia civil del AEM, aunque noticias posteriores lo negaron.
Quizás por temor tambien a ser fusilado, un servidor, por aquella época de fusilamientos y terrorismo de Estado, ya estaba en las postrimerías de salir corriendo de la religión católica (los domingos eran de misa obligatoia), cómplice sangrienta de todos los crimenes que manchaban la patria. Tuvo que pasar un tiempo hasta concluír totalmente tal escapada para profesar otras "religiones" donde la Justicia entraba.
Pero volvamos a la tibia y el peroné.
EL ¡PLAF! ocurrió en el último piso del edificio dónde la tropa tenía sus estancias. Asi que después un grupo de buenos soldados, marinos y aviadores, me bajaron por las escaleras, todos procurando que la pata no se me doblara, flácida como estaba. Aqui el dolor paso a ser treinta campos de futbol.
El sargento de guardia --marino-- dirigió la bajada como si se tratar de un barco bajo la tempestad que hay que llevarlo al puerto mas cercano.
Cuándo llegamos a tal puerto, un hospital militar (que los miembros de la guerra y el orden tienen sus hospitales a parte) que me pareció el Castillo de Kafka, un galeno, frío e indiferente, como si todo lo que hubieses hecho en su vida fuese arreglar patas partidas, me dijo:
"Tranquilo, que no vas a notar nada."
Ipso facto, antes de terminar la frase, el sargento marino dió la orden:
"Sujetarlo fuertemente"
Me parecio esas típicas ordenes de guerra que los castrenses dan en los campos de bayalla cuando hay que asaltar dificil reducto enemigo. ¿O es que pensó el sargento marinero que me iba a escapar?
Estaba tumbado en una especie de mesa quirofanal cuando se me echaron encima los tres cuerpos del ejército: tierra, marina y aire y comandos a sujetar.
Cinco, seis, siete tíos, los mismos que me habían bajado por las escaleras del AEM, me agarraron como un cerdo a matar; quedé inmovlizado lejos de lo que nadie pudiera imaginar; como si una camisa de fuerza de metal se hubiese apoderado de todo mi cuerpo que ya no podía ni respirar. El médico, como regocijándose del espectáculo que presenciaba, volvió a repetir la misma frase que parecía salida de los cuartelillos dónde la policía política del régimen interrogaba a los sospechosos para declarar:
"Tranquilo, que no vas a notar nada."
Habia esuchado --en el AEM nos enteramos de rumores censurados que no alcanzaba la calle-- que a Grimau, en uno de sus interrogatorios se había tirado de cabeza por la ventana del primer piso dónde lo hacian cantar y se había roto la cabeza y las extremidades y que a uno de los policias que lo llevaron al hospital le oyeron decir: "Hay que curarlo; asi no lo podemos fusilar". Y aúnque mi situación era diferente, en aquellos momentos a mi cabeza le dió por cabalgar por esas misteriosas arenas y valles que llevamos colgados de nuestro ventanal, ese que está en el círculo central de ese campo de futbol dónde el pobre garbazo nada puede hacer para espantar a los fantasmas del miedo que llevamos amarrados y que en cualquier momento se pueden soltar. "Tranquilo, que no vas a notar nada." ¿Le habrían dicho lo mismo a Julian Grimau segundos antes de que saltase por la ventana tratando de escapar?
El galeno me dobló el pie para ambos lados buscando la posición exacta para encajar los huesos separados
Yo ya no sabía dónde estaba.
En el cuartelillo de la policía política o en una nube esotérica dónde las brujas en escobas viajan.
Los sujetarodes de mi cuerpo no se miraban.
Y cuándo el galeno calculó que los extremos de la tibia y del peroné estaban bien alineados y armoniosamente encajaban, suspiró, hizo una pausa budista, y con la palma de la mano, en la planta del pie, dió un !PLAF! que retumbó por toda la sala como si otra tabla se hubiése roto, como si esta vez era yo, y no Grimau, el que se había tirado por la ventana. ¿Sería éste el mismo galeno que asistía a la policía política en esos aquelarres que eran aprobados y bendecidos por la comunidad internacional y que quedaron impunes porque la defensa contra el mal salva siempre las cartas?
No se cuanto duró aquello.
El Tiempo no existe.
Es una abstraccion.
Un espejismo que dura toda la vida.
Ahora el mantra del galeno cobró su evidencia en forma de interrogación:
"¿Ves como no has notado nada?
Después me escayoló la pierna
con delicadeza y práctica.
Después las Hermanitas.
Benditas
Monjas que, además de rezar el rosario, se dedican a aliviar el dolor y confortar al enfermo
Benditas.
El lado amable y bueno de la religión.
Siempre me acordaré de ellas.
Dos meses permanecí bajo el regimiento de éstas capitanas de sombrero de mariposas aladas.
Es más, el Viento de éstas rememberanzas comenzó con ellas porque me vinieron al koko por sus hábitos negros, su pechera blanca y esa toca, llamada cornette, también blanca, de alas anchas, con las que yo las veía ir y venir como ángeles hechos mariposas ("butterfly nuns") que vivían del néctar de las flores de la generosidad y la entrega al sufrimiento y soledad de los otros.
Todos los días rezabamos el rosario.
Todos los misterios.
Los cinco.
La Hermana encargada de nuestra sala, una mujer alta, muy blanca, austeridad y firmeza castellana, de gestos precisos que comandaban respeto y solidaridad resaltada, nos convocaba todos los días a las cinco de la tarde. Con sus ojos supervisores nos miraba y pasaba lista para ver quien estaba y quien faltaba. Los que estaban en sus camas porque aún no podían caminar alli se quedaban y los misterios del rosario se hacian en ello lejanías de persianas cerradas. Los que ya empezaban a moverse eran mas controlables porque tenían que estar en las filas del rosario, y si no la Hermana por ellos preguntaba. Y ay de los que faltaban porque en ellos los misterios se podrian hacer lagunas de penas y faltas.
Fue Vicente de Paul, un sacerdote francés, el fundador de su Orden, las Hijas de la Caridad. La intención del fundador era que esta congregación atendiera a los pobres y enfermos sin necesidad de permanecer en claustro, recordando así a las mujeres comunes de la clase media en su indumentaria, por lo que la cornette fue adoptada para ellas. Cuándo el tocado cayó en desuso, en 1964, se convirtió en un distintivo de las Hijas de la Caridad.
Y hoy, al acordarme de ellas,
recordé también mi tibia y peroné,
aquel Cosmos que hemos aireado.
Un Cosmos que, al mismo tiempo que produce
el Viento y la Luz que crean el prodigioso milagro
de convertir el gusano en mariposa,
puede hacer girar la veleta
de la Flecha del Tiempo
para vivir el pasado.
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