Moguer de sueños,
de distancias,
de miedos.
Blanco de esteros
dónde un mar lejano
mataba las gavotas
que llegaban a puerto,
naranjos y romero,
infancia nicho de juegos,
tribu diluída en el tiempo.
Hay caminos circulares
y abiertos,
y puertas que se abren
que conducen al cielo
y al infierno.
Hay caminos circulares
y abiertos,
y grises amapolas
en árboles desechos
dónde los nidos
los tejen los cuervos.
Mi abuelo,
en calzoncillos,
yace en la cama muerto
(Creí que el cuarto
estaba a la derecha,
pero no es cierto,
estuvo siempre
en el lado izquierdo.
Quizás la muerte
confunde los lados
que llevamos dentro)
Mi abuelo, el 'naranjero',
parecía vivo
en la cama
dónde yacía muerto
en aquel Moguer
de sueños,
de distancias,
de miedos,
en aquel Moguer
dónde la poesía
--una vez--
hrió el suelo
y fue exilada,
con su poeta dentro,
por los mismos
que hoy en día
regentan el reino.
Ya nunca se recuperó
Ya nunca volvió
Y todo quedó en Museo.
Mi madre
y tita MarÍa
componían el duelo
y más gentes
que no recuerdo
--porque todo era colectivo
sin dibujar nada concreto--
Ha muerto el 'naranjero',
amarillo el ataud,
amarillo el terreno,
amarillo el cementerio,
naranjas dulces
volaban por el cielo
y mi abuelo parecía saberlo
tumbado en su lecho
Yo lloraba
cuándo me llevaron
a casa de tita María
para que mi madre
cuidara del muerto.
Los muertos
requieren mucho cuidado,
no vaya a ser que se arrepìentan
y vuelvan de nuevo.
Mi primo Joaquin
en el espejo
se arreglaba el pelo,
más tarde se iría de Moguer
a buscar otros espejos...
Después volvíamos a Huelva,
yo ya marcado por el tiempo,
ese que en la infancia
modela y crece en fuegos.
Todo pasó al amanecer,
al alba,
que es cuándo
la vida y la muerte
ejercen sus manifiestos.
Al alba, siempre al alba,
que es cuando la luz rompe
a los hombres despiertos.
Al pasar el autobús por el río Tinto
hacían bajar a los pasajeros,
el puente no soportaba la carga
de los resignados viajeros
y caminabamos todos en silencio:
todos parecíamos
que veniamos del mismo entierro...