No es para tanto,
no es para tanto, Ernesto...
ya te dejastes llevar, de nuevo,
por tu bisagra existencialista
--esa que se mueve
por puertas giratorias
y a veces por las cornisas--
dónde el solus ipse nos lleva
a digresiones epistemológicas
dónde el esguince del lamento,
esa especie de plegaria
con la que encedemos
la vela que nos guía,
se enzarza en reclamarle
a los dioses correcciones
que ellos siempre desestiman,
¿no te parece?
Vamos a ver...
Claro que cuándo uno empieza
a aprender el oficio de vivir
y vemos lo que está escrito
en la Esfingie...
hay que morirse,
hay que irse...
¿qué sentido tendría el continuar
si a nadie éste truco
--del saber vivir--
se lo podrías pasar?
Porque cuándo ya sabemos
el oficio, la profesión,
el arte de vivir...
no podríamos continuar existiendo
entre los que no conocen ese oficio
porque acabaríamos separados,
negados por ellos,
ajenos ya al mundo
de la criatura humana,
asi, como lo oyes...
Es ese unicornio azul
que siempre terminamos perdiendo
y que por más que lo buscamos
nunca lo encontraremos
porque es, precisamente,
la muerte,
de la que aprendemos
el difícil oficio de vivir,
ese saber partir...
¿No crees tú que es la misma cosa?