Es muy alarmante que la población adulta de un país esté compuesta mayoritariamente por idiotas morales -y/o idiotas a secas-; pero, por desgracia, no es sorprendente que sea así en un país en el que la tortura pública de animales de consciencia y sensibilidad similares a las humanas es la “fiesta nacional”; un país con un millón de cazadores, es decir, de degenerados que se divierten matando; un país que acepta a un rey impuesto por Franco, que elogia públicamente al dictador y que se ampara en su impunidad para asesinar a osos y elefantes; un país en el que la tortura y los malos tratos son práctica frecuentes e impunes; un país con cientos de presos políticos inconstitucionalmente dispersos; un país en el que durante décadas la enseñanza ha estado en manos del nacionalcatolicismo más abyecto; un país en el que los ministros y altos funcionarios del Opus Dei se han contado por docenas; un país en el que se acusa de terrorismo a los pacifistas mientras los verdaderos terroristas (González, Barrionuevo, Galindo…) están en la calle; un país en el que los grandes medios de comunicación tergiversan, omiten y mienten sin cesar…
En pocas palabras, un país cuya población ha sido intoxicada sistemáticamente durante ochenta años. No es extraño que muchas de las personas a las que no han conseguido idiotizar del todo no quieran ser españolas.
Ya no hay una España que duerme y una España que bosteza, como decía Machado. Hay una España idiota que oprime y una no-España que resiste, en Catalunya, en Euskal Herria, en Galicia, en Castilla, en Andalucía, en
Canarias. Incluso en Madrid.
Y el resultado de esa contienda solo puede ser uno: las naciones sin Estado serán independientes y el Estado sin nación será lo que quieran esas naciones soberanas. Hasta puede que siga llamándose España, y hasta puede que entonces los catalanes, vascos, gallegos, castellanos, andaluces, canarios… no tengan inconveniente en considerarse también españoles, del mismo modo que se consideran europeos...o terrícolas.