de cuyo nombre no quiero acordarme,
dos músicos transforman la monocorde rutina
de la calle en vuelos de lirios urbanos
que se adentran en los paseantes
como esporas que curan el tedio del alma.
Los músicos callejeros ocupan el lugar más alto
en el parnaso de Orfeo,
personaje de la mitología griega
que cuándo tocaba su lira
los hombres descansaban sus almas.
Ni que se paren a oírlos,
Ni que le toquen las palmas,
Ni que los reconozcan en ningún sentido
Sólo la libre voluntad de los viandantes
Sin coacción ni lúdricos prestigios.
Uno es búlgaro, la trompeta.
La otro, aleman, el acordeón.
Dos desplazados del orden mundial.
Dos notas desarraigadas del pentagrama oficial.
Dos barcos que tratan de no naufragar.
El primero tocaba en la banda del ejército
"hasta que llegó la democracia
y todos perdimos el empleo",
dice con voz rota en todos los espejos
Le pregunto al aleman y el búlgaro habla por él:
"conoce tres palabras en español
y más no quiere saber"
Tocaba 'music assembly'
hasta que se vino a España
a tocarle a los turistas que llegaban"
¿Quíenes son,
dónde viven,
cómo viven,
cómo se las pañan,
a qué horizontes se acercan sus entrañas,
que sueños llevan en sus almas,
que vientos empujan sus esperanzas,
en que paño limpian sus lágrimas,
en que alcoba nocturna
dejan las visiones del mañana,
quíenes son...?
Todos pasan indeferentes y nadie les pregunta nada.
Pero Cristo si los recordó en el Sermon de la Montaña.