"¡Odio, odio al género humano. Odium generis humani!"
El pueblo estaba asustado.
Aquel hombre santo había enloquecido y nadie sabía cómo interpretarlo, como acéptarlo.
"Si hay una próxima vez, nunca la forma de ser humano quiero tener; deseo nacer como alcatraz, no quíero que me escriban en la lápida: 'descase en paz'. Quiero obtener la paz en vida, no después de muerto."
Las gentes del pueblo no sabían como interpretarlo, como aceptarlo.
Unos decían que era el demonio que de el se había posesionado. Otros, que había vivido demasiado tiempo sólo, en el monte, lejos del mundo, sin contacto humano.
Y volvia a repetir:
"¡Odio al género humano!"
Después se quedaba quieto en su camastro. Como pensando. Y con voz entrecortada decía sin querer ser escuchado:
"Ya lo dijo Calderon: 'el mayor pecado del hombre es el haber nacido', pero filogenéticamente, claro".
Nadie entendia aquellas palabras de aquel hombre que antaño había sido cura, pero, que, herejético y desobediente, había sido de la iglesia expulsado.
Entonces se fué a vivir al monte, sólo, en una parcela de tierra donde cultivaba lo necesario.
Pero ahora el pueblo estaba asustado.
No había hablado por años. Y las gentes empezaron a creyerlo santo, pero, ahora, enferno, tumbado en su camastro, cuando fueron a visitarlo, pronunciaba aquellas extrañas palabras conducidas por el diablo que causaban tanto espanto.
"¡Maldigo, maldigo al dios que ha hecho de nosotros éste trágico y fantasmal garabato!...Esta orquesta descompuesta que todos acarreamos donde cada músico toca por su lado y todo nos sale desafinado".
Murió al día siguiente.
La Iglesia se nego a enterrarlo.
Al final, fue el munícipio, una noche, el que llevó su cuerpo, en una tosca caja de madera, a un ricón anónimo del campo santo. En la tapadera de su nicho pusieron una cruz, solamente una solitaria cruz sin nombres ni epitáfios.
Un atardecer vieron aparecer sobre el pueblo una banda de alcatraces. Que raro. Las viejas se presignaban. Los campesinos presentían malos auguríos enterrados. Al día siguiente, el nicho de aquel solitario se encontró abierto y sus restos desparramados. Faltaba su cráneo. Volvieron a enterrarlo, y en la pared del nicho pusieron una lápida que decía:
"Si hay una próxima vez,
como alcatraz quíero nacer".
Nunca mas se volvió a hablar de él.