Mi actividad política comenzó de muy joven, tal vez por la difícil situación en la que me crié. El campo de refugiados de Aida está situado a la entrada de Belén, allí es donde crecí y donde formé mi propia familia y allí es donde sigo viviendo en la actualidad.
He tenido una dura vida. Haberla compartido con una familia de catorce miembros, viviendo todos en dos habitaciones que carecían de los mínimos requisitos para la vida humana, esa vida de pobreza y abandono y de falta de seguridad y de esperanza en un future mejor, todo eso se fue sumando para dar forma a mi determinación inicial de lucha contra la ocupación, que en mi opinión representaba el símbolo de la injusticia.
Mi percepción del activism político en esa temprana etapa de mi vida era que constituía un medio de lucha para el cambio. Algo muy cercano a la revolución, que significaba repentinos brotes de actos de resistencia contra la ocupación más que activismo político en el sentido actual del término.
A la edad de trece años ya era una miembro activa del sindicato de estudiantes, adscrito al Partido Comunista Palestino. En aquel entonces me sentía muy atraída por la ideología marxista y era aficionada a la literatura universal, especialmente a novelas que trataban sobre la lucha de clases llevada a cabo por los pobres y su contienda contra los ricos.
Estas ideas también tenían su origen en mi realidad cotidiana en el campo, donde todo el mundo es pobre.
Mis ideales políticos giraban en torno a la necesidad de combater las causas de la injusticia en general, ya se tratase de la ocupación o de las clases privilegiadas.
Mi actividad política de aquellos días estaba muy estrechamente relacionada con la lucha popular contra la ocupación. En el sindicato de estudiantes organizábamos manifestaciones y marchas y distribuíamos propaganda para animar al público a combatir la ocupación.
Entonces, a principios de los años setenta, la participación de las mujeres en la lucha nacional no era una idea demasiado extendida, pese a que el pueblo palestino llevaba décadas sometido a ocupaciones diversas.
La historia palestina está plagada de gloriosos nombres de mujeres y de experiencias triunfantes de mujeres en esa lucha nacional contra la ocupación, pero todo ello nunca logró imponerse de manera generalizada ni dar pie a una tendencia social.
La comunidad no aceptaba la participación de las mujeres en la vida política como lo hace hoy en día. En los inicios de mi vida política hallé en la lucha nacional una oportunidad de expresar mi indignación contra muchos fenómenos que dominan mi entorno, como la pobreza, la presión familiar o el cruel y violento sistema educativo de las escuelas de la UNRWA [Agencia de la ONU para los refugiados en Palestina] en el campo de Aida, donde yo misma estudié.
En aquellos días, cuando voceaba en manifestaciones o arrojaba una piedra a algún vehículo militar, tenía la sensación de estar resistiendo a todas las fuentes de opresión que me circundaban.
Por aquel entonces no comprendía la actividad política con la profundidad con la que la veo hoy. Todo aquello que me rodeaba me parecía estar de algún modo relacionado con la ocupación.
Desde el principio creí que la ocupación era la responsable última de nuestro sufrimiento y que tenía impacto en cada uno de los detalles de nuestras vidas.
Desafiaba las órdenes de mi padre y del
resto de mi familia y me marchaba de casa a unirme a alguna manifestación; y cuando mi padre quemaba los libros que yo había recopilado, empezando por la literatura comunista que mi padre consideraba infiel y antirreligiosa, siempre trataba por todos los medios de conseguirlos de nuevo.
Lo que pretendo decir es que mi activismo me ha ayudado a superar las limitaciones sociales que me coartaban por el hecho de ser mujer, que me ha hecho romper con las normas y las tradiciones que debía seguir y creer sólo porque mi familia creía en ellas.
Cuando fui detenida por primera vez a los quince años de edad yo era la segunda chica del campo que había sido arrestada. Esto no se aceptaba ni era común. Pasé dos semanas en el «recinto ruso» [prisión de Mesqubia] de Jerusalén, un centro de interrogatorio muy cruel donde se empleaban métodos terribles de tortura física contra los luchadores palestinos por la libertad.
Ya me había hecho una buena idea acerca del sitio tras leer el libro de la abogada Virginia Langer, que documentaba las dolorosas experiencias de palestinos que habían sufrido interrogatorios.
Pero no le tenía miedo, no tanto como al momento de encararme a mi familia y al problema de qué decirles y cómo soportar la ira de mi padre, que me estaba esperando.
Cuando me soltaron de la prisión la comunidad no aplaudió precisamente lo que había hecho porque yo era una niña y porque la prisión y los interrogatorios se asocian a las historias y las experiencias de mujeres palestinas detenidas en los años sesenta: después de que los israelíes ocupasen Cisjordania muchas mujeres fueron violadas y sometidas a crueles y brutales torturas.
Se extendió la idea de que las chicas que fuesen detenidas sufrirían abusos sexuales, un hecho que contraviene las creencias sociales y los valores de nuestra comunidad.
Pese a mi corta edad, ese contrasentido no sirvió para desalentarme. Seguí desafiando la obstinación de mi familia, que se negaba a permitirme seguir acudiendo a la escuela cuando me expulsaron del colegio en Belén.
La ocupación militar dirigía nuestros colegios entonces, al igual que lo hacía con el resto de dependencias del gobierno. El entonces Gobernador Militar de Belén ordenó mi expulsión, lo que significaba que tendría que asistir a clase en otra ciudad si quería continuar con mi educación.
Otro elemento más de confrontación con mi familia, especialmente con mi padre, que lo veía como una carga social y económica.
Iba a necesitar dinero para transporte porque tenía que salir de Belén y, además, que viajase sola fuera de la ciudad era otro problema para mi padre, pero mi determinación y mi perseverancia lograron que mi familia me permitiese ir al colegio en Jerusalén durante dos años enteros.
Mis actividades políticas durante los últimos años en el instituto fueron testigo de la tendencia a unirse a una de las facciones de la resistencia palestina, así que decidí darme de baja en el sindicato de estudiantes y en el Partido Comunista e interesarme por el movimiento Fatah, la principal facción palestina de aquel momento que adoptó la opción armada como forma de combatir la ocupación, a pesar de que el programa social del Partido Comunista y su posición acerca del papel de las mujeres son más progresistas que los de Fatah.
Lo cierto es que Fatah no cuenta con ideología
social alguna y nunca ha tenido un punto de vista claro ni detallado sobre el papel y el estatus de las mujeres en lo que se refiere a la lucha contra la ocupación ni tampoco en la comunidad en general. Lo que en aquel momento determinó mi opinión fue que la prioridad era la lucha contra la ocupación....