Licenciado en medicina por la Universidad de Salamanca en 1971 y doctor en medicina por la de Sevilla en 1980 con una tesis sobre la izquierda freudiana, inició su trabajo en 1972 como médico residente en el Hospital Psiquiátrico de Oviedo. Participó allí en un movimiento antipsiquiátrico que promovió la transformación de la asistencia de los enfermos mentales, lo que provocó una dura represión del gobierno franquista y el despido de la mayoría de médicos de ese centro. Tras realizar, como represaliado, el servicio militar en la isla de La Gomera, continuó participando en los movimientos de renovación psiquiátrica en el Hospital Psiquiátrico de Ciempozuelos y en el Hospital Provincial de Gerona.
Trabaja desde 1980 en Asturias como psiquiatra del Insalud. Entre 1980 y 1989 fue profesor asociado en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo. En 1989 se incorporó como profesor tutor de Psicopatología en el centro asociado de la UNED de Gijón. Ha sido impulsor de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, a cuya directiva ha pertenecido.
Tiene publicaciones en una docena de libros en diversas editoriales españolas y casi una centena de artículos en distintas revistas. Por algunos de esos trabajos ha sido premiado por la Real Academia Española de Medicina (en 1982) y por la Asociación Española de Neuropsiquiatría (en 1983). A principios de los años noventa, tras haber estado cierto tiempo apartado de la actividad política, participó en los grupos antimilitaristas que promovían la insumisión y volvió a colaborar con colectivos y medios de comunicación de izquierda. Escribe regularmente en el periódico asturiano La Nueva España.
Una de sus publicaciones más conocidas, Egolatría, que en su día fue reseñada por Santiago Alba Rico, puede verse en el apartado Libros-libres de rebelión
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Si me permite, déjeme iniciar la conversación con algunas definiciones, con algunas delimitaciones conceptuales. ¿Qué tipo de enfermedades mentales trata la psiquiatría?¿Y qué relación, si existiera, observa usted entre la psiquiatría y la psicología?
En alguna ocasión he manejado la metáfora de que la psiquiatría como Coche Escoba de la medicina social, como práctica de cuidados que recoge todos los malestares que no caben en las categorías científico- naturales de la medicina o los recursos sociales. La medicina ofrece demagógicamente una definición de salud como “un estado de bienestar y realización físico–psíquica” para toda la población .
Como es obvio que vivimos en una sociedad llena de sufrimiento y malestar no reparables por tratamientos médicos ni ayudas sociales, cuando un dolor o una queja no tiene un substrato anatómico clínico demostrable o es imposible de encuadrar en las pedagogías sociales se le etiqueta como enfermedad psiquiátrica y se le trata con ansiolíticos y antidepresivos que efectivamente acallan el dolor.
Todo ello para no confesar la impotencia del llamado estado del bienestar para ofrecer una vida buena . El niño no educable en la escuela acaba en el psiquiatra . El ama de casa quejica de dolores a los que no se le encuentra causa física el psiquiatra la etiqueta de somatizadora y le da ansiolíticos. El comercial que no duerme y abusa del alcohol de nuevo ansiolíticos. Todo con tal de no cuestionar la escuela, el hogar o el comercio como focos de alienación y mala vida que hay que transformar o destruir.
De ahí que la practica psiquiátrica sea una práctica muy pretenciosa: ofrece mejoras para toda clase de males y desde luego promesas que luego no puede cumplir. Como el Bálsamo de Fierabrás los psiquiatras ofrecen remedios para toda clase de situaciones: dirección del duelo para las catástrofes o la muerte de algún ser querido, enfrentamiento al estrés laboral, dolor de enfermedades reales pero de causa desconocida como la esquizofrenia o los trastornos afectivos. Todo acaba en un totum revolutum llamado psiquiatrización de la vida cotidiana.
De ahí que la sala de espera de un psiquiatra sea un lugar singular donde coexisten desde malestares banales secundarios a la vida cotidiana con los sufrimientos más atroces de las psicosis o las grandes depresiones que terminan en el suicidio. Para todos tiene el psiquiatra una palabra como un cura o una pastilla como un médico o una rehabilitación como un masajista
Los dos gremios compiten en ofrecer remedios que psiquiatrizan o psicologizan la vida cotidiana .
Ambas profesiones se proponen como remedios para todos esos malestares que van del nacimiento a la muerte. La gente ha sido desposeída de sus saberes comunes para criar hijos, para el sexo, para envejecer, para luchar contra la explotación laboral y necesita técnicos que provistos de saberes psi le enseñen a vivir.
Psicopedagogos para criar hijos sanos mentalmente, sexólogos para concebirlos, psicólogos para hacer duelo por la muerte de los deudos, gerontopsicólogos para envejecer saludablemente y neuropsiquiatras contra el mobbing.
Los psicólogos limitan ese enseñar a vivir, limitan estas curas de la vida a palabras y los psiquiatras ofrecen además pastillas que hacen distanciarse a los sujetos de la situación invisible y con ello a tolerar mejor el dolor vital .
Ambos ofrecen lo que no pueden dar: remedios técnicos para resolver sufrimientos sin romper los marcos de la situación que genera esos dolores y que no son otros que individualismo o el mercado.
La lucha por atender a las poblaciones emergentes que buscan amo psiquiatrizador entre ambos gremios es patética por parte de los psicólogos que piden intervenir en los centros de salud con argumentos muy cercanos a la antipsiquaitría de los años 70 –la enfermedad mental no es una enfermedad como las otras afirman con justicia - pero afirmando que es el gremio psicológico con sus variadas escuelas y no las redes populares quien pueden romper esa malaria urbana que hoy constituyen las quejas encuadrables en lo psicológico o psiquiátrico.
Entonces, psiquiatrizar y psicologizar son, según usted, tareas muy próximas.
Efectivamente. En el sentido señalado de psiquiatrizar y de psicologizar, son tareas similares. No se trata de sustituir una práctica psiquiátrica por una psicológica sino de salirse de ambas redes que limitan los análisis y soluciones populares al egoísmo y al calculo afectivo que hoy domina la ideología popular y que psiquiatras y psicólogos refuerzan como aparatos del estado que son.
Ante un duelo o un despido ambos discursos recurren a metáforas economistas para formular sus tratamientos: desinvertir afectos del muerto o el trabajo perdido, volver a invertirlos. Cualquier situación se enmarca por ambos gremios en las oscuras aguas del calculo egoísta que decía Marx.
No conozco a nadie que haya ido al psicólogo y le haya preescrito la lucha solidaria contra sus males sino cuidar de sí en el marco intimista. Nadie que no haya ido y no le hayan dicho que él no puede arreglar el mundo ni tiene culpa de sus desarreglos y que se afane al carpe diem.
De hecho leer un manual de autocuidado es una incitación al egoísmo y muchos de los manuales para mujeres una auténtica agresión a sentimientos altruistas: aprender a decir no, no amar demasiado, calcular bien el intercambio afectivo para no salir defraudadas. En fin, una especie de buen inversor no sólo en la bolsa sino en la casa o la cama .
Depsiquiatrizar o depsicologizar la vida cotidiana supone recuperar un saber común que antes tenía la mayoría de la gente para gestionar las situaciones de sufrimiento o conflicto sin recurrir a unos técnicas psi o una pastillas con dudosa o excesiva eficacia (las pastillas psiquiátricas son a veces demasiado eficaces y permiten tolerar situaciones intolerables adormeciendo los sentimientos que permiten cambiarlas).
Para escuchar penas o aconsejar con prudencia cualquiera de nuestro entorno sirve menos un profesional psi que no comparte valores ni sentimientos y por ello los enmarcara en sistemas ideológicos de la escuela a la que pertenezca.
¿La tradición psicoanalítica ha dejado su huella en la psiquiatría actual?
La psiquiatría actual está dominada por clasificaciones procedentes de la muy poderosa Asociación de Psiquiatras Americanos. Hace una década impusieron una clasificación de las enfermedades mentales llamada DSM III que excluyó cualquier termino psicoanalítico como neurosis o histeria.
Se pretendió con ello una clasificación empírica y ateórica de los trastornos mentales que supuso en la práctica el que los psiquiatras dejasen de pensar o interpretar la relación de los síntomas psiquiátricos con la biografía de sus pacientes, para buscar signos objetivos de enfermedades y tratar las enfermedades con protocolos de consenso logrados por votaciones democráticas en los congresos psiquiátricos.
Una de las relaciones freudianas más tradicionales “las neurosis son inversiones de las perversiones sexuales” desaparece de la DSMIII no por ningún debate teórico sino cuando en esas votaciones desaparece la perversión como categoría gnoseológica sin más explicaciones que el éxito del colectivo gay en lograr votos .
En el fondo la DSMIII nació por la impotencia de la psiquiatría o la psicología para diagnosticar con precisión. Unos investigadores fueron ingresados como enfermos y los psiquiatras fueron incapaces de detectar la simulación. El horror de los años 70 en la academia psiquiátrica es que, al no poder identificar simuladores o no ponerse de acuerdo en las peritaciones ante los juzgados para bajas laborales, la administración excluyese a lo psiquiátrico del campo médico o del pago de las muy poderosas compañías de seguro americanas. De hecho algunas definiciones en la DSM dependen de un pacto con esas compañías para que no empiecen a pagar seguros médicos a los esquizofrénicos antes de 6 meses que se exige para el diagnóstico de esta enfermedad. La voluntad de ser empíricos y ateóricos barrió toda la “epistemología de la sospecha” que Freud había introducido para interpretar los síntomas psiquiátricos y dar sentido a la enfermedad, para relacionar el sufrimiento psiquiátrico con los poderes familiares que escribían la versión canónica y falsa de la infancia.
Hoy los síntomas psicológicos -nuestras angustias o depresiones- son una especie de equivalentes de unos trastornos de los neurotrasmisores que aunque nadie pueda medir se suponen modificables con psicofármacos o terapias. De ahí que Freud sea hoy un completo desconocido para las nuevas generaciones de psiquiatra(...)
Cómo cree usted que está afectando la actual crisis, esta crisis cuyo fondo no acabamos de entrever, a las gentes trabajadoras? Las amenazas de despidos, de cierres patronales, de reconversiones, ¿taladran su conciencia?
La crisis continua un proceso de contrarrevolución que aumenta la egolatría del sálvese quien pueda y la cobardía colectiva para pelear por un mundo radicalmente roto.
Todas las crisis sociales son oportunidades para cambiar la historia. En esta que nos ha tocado, las clases populares van a salir más desestructuradas y derrotadas de lo que entraron: perderán la batalla sin ni siquiera haber peleado.
Viejas palabras como ocupación de fábricas, autogestión, nacionalizaciones son fósiles lingüísticos para unos colectivos sindicales que como en el chiste sólo piden a sus señores quedarse como están .
Se parece por ello esta derrota obrera a esos experimentos de Indefensión Aprendida en que los animales de experimentación sometidos a castigos en una piscina se dejan morir cuando aún tienen energías objetivas para pelear.
El dolor colectivo y la ansiedad producida por el riesgo de neopobreza está como las malas salsas sin ligar por ninguna organización que le dé forma y salidas colectivas .
De continuar la tendencia actual las capas populares saldrán subjetiva y objetivamente más maltrechas de lo que entraron y a mi juicio se acentuarán tendencias reaccionarias que difícilmente imaginamos desplazando la rabia contra los emigrantes y no contra los poderosos.
De cualquier forma la historia no está nunca escrita del todo y como escribió Brecht en su imprescindible “Oda a la dialéctica” los derrotados de hoy son los vencedores del mañana. Pero para ello, quizás perder la esperanza de buena vida en el mercado o en los bienestares de la psicologización es un paso imprescindible para salir de esa indefensión y decidirse a pelear con las fuerzas que aún quedan.
¿Qué puede hacer un psicólogo, un psiquiatra ante la desesperación de estas personas trabajadoras? ¿Decirles que hagan la revolución?
Puede tratar de encuadrar ese sufrimiento subjetivo en lo impersonal, impidiendo el proceso de individuación o de culpabilización que añade miseria psicológica a la económico-social. Saber que el paro toca como “la lotería al revés” tranquiliza a quién busca causas y remedios psicológicos de su malvivir en su biografía preguntándose qué hice mal. Tratar de crear vínculos no profesionales entre parados, entre personas con sufrimientos etiquetados de depresivo-ansiosos y dar formas de interpretar la angustia-depresión en un marco colectivo que busque agrupar seudoenfermos en redes de apoyo y consumo paralelo pueden ser sugeridas desde las consultas (...)
Usted ha afirmado que “bajo rótulos psicoterapéuticos, determinados aparatos burocráticos constituyen dispositivos de producción de identidades destinados a individualizar el sufrimiento producido por la crisis y evitando así cualquier estrategia colectiva”. ¿Es una estrategia consciente en su opinión? ¿Es una subordinación a los intereses del capital?
Uno de los rasgos centrales del nuevo espíritu del capitalismo es que no necesita conciencia o ideología dominante para imponer su dictado: con que se consuma y se sometan las poblaciones al régimen de necesidades que la propaganda crea…
A los grandes monopolios no le importa el pensamiento de la gente . En ese sentido la psicologización no es una práctica consciente del capitalismo porque no la necesita. Simplemente con que el pueblo se encierre en su casa, su pareja y olvide los viejas identidades basadas en grupos naturales, la victoria de san mercado está asegurada. Si no hay un Nosotros desde el que vivir y el yo sucesivo es el único punto desde el que se reflexiona el capitalismo puede dejar flotar a esos individuos y que escojan cualquier ideología que no recree esos vínculos. Precisamente el anticlericalismo de los postmodernos atufa a ese deseo de liquidar incluso la ideología comunitaria que en tiempos les sirvió y que en lo que tiene de Nosotros Identitario les resulta una paradójica resistencia a pesar de lo anticuado de sus protestas.
Quizás al Estado y a los políticos sí les interesa aparentar una eficacia de la que carecen para influir en la vida real de las personas e ideoligar una seguridad social frente a los azares económicos suponga un mecanismo de evitar el desinterés de la población sobre lo político. Afirmar que al menos el estado puede dar escuela y centros de salud desde la izquierda puedes ser un mecanismo de fidelizar unas masas ya convencidas de la inanidad del estado para influir en el paro o la vida real.
Salud y mental y relaciones de producción capitalistas, ¿son términos que permiten conciliación en su opinión? ¿El capitalismo, por el contrario, es enemigo de la salud mental de las personas?
Los efectos patológicos del capitalismo sobre la salud mental no nacen de una voluntad maligna que hacía gritar a la Bruja Avería “Viva el Mal. Viva el Capital!” sino de que en su necesidad de multiplicar sus ganancias vendiendo nuevas mercancías precisa crear necesidades continuas en las personas y por ello se transforma en un sistema que necesita producir identidades basadas en una especie de glotonería consumista que no se satisface nunca. ¿Cuánto es bastante? se responde desde el mercado con un Nunca que genera ansiedad continua en las personas. La sobriedad y la configuración de unos gustos y unas satisfacciones al margen de las seudonecesidades creadas desde la ideología capitalista son el primer paso para adquirir una difícil salud mental siempre cercadas porque algún fetiche ofrecido por la publicidad -tal viaje, tal coche, tal casa- acierte a enlazar con alguna perversión propia y nos haga vender la vida para cambiarla por dinero para comprar esos productos dotados del encanto mágico de la mercancía que adquiere lo interiorizado como deseo.
El sujeto tal como lo conocemos es tan voraz y tan maldotado de Hibris de falta de freno a sus ansias, que precisa un sistema muy racional para contenerse .
Vivir sobrios y ser un poco mojigatos me parece un consejo prudente en estos tiempos de exhortación a liberar el deseo o atreverse a todo como signo de salud mental. Reprimirse frente a la desublimacion represiva de la que nos hablaba Marcuse como característica del postcapitalismo es una reflexión necesaria a pesar de que suene a pensamiento reaccionario.
También usted ha afirmado que los estudios de epidemiología psiquiátrica señalan a que la conciencia de clase, el capital social, es un remedio “que atempera la vulnerabilidad y aumenta la resistencia frente a la depresión por estrés laboral”. ¿Por qué? ¿Cómo actúa positivamente “el grado de reciprocidad y confianza en las relaciones formales e informales entre personas, que facilita la acción colectiva en búsqueda de beneficio mutuo”? Recordaba usted que un impecable estudio finlandés sobre 35.000 trabajadores mostró ese capital social como mejor preeditor de riesgo-protección para superar la crisis.
Se ignora a veces que los estudios de Elton Mayo que dieron cobertura a la ideología taylorista que liquidó la cultura de clase en las grandes industrias americanas es el estudio de un psicoanalista que reconvierte cualquier queja contra el capataz o el patrón en proyecciones de una mala imagen familiar. Sus largas entrevistas a las obreras de General Electric tiene un formato psicodinámico donde afirma que tras el odio de clase se trasluce los fantasmas edípicos de odio al padre. Es decir, el malestar en la fábrica sería un rencor vertido en la fábrica pero construido en lo familiar.
Convertir a cada gerente en un psicólogo fue la receta que tanto éxito dio a la productividad taylorista: “tras cada demagogo hay un neurótico” fue la fórmula que permitió el tratamiento individualizado del malestar obrero etiquetado de resentimiento.
Los psicólogos de empresa buscan por ello identificar a esos sujetos inadaptados para desactivar cualquier colectivización o protesta que sume malestares, para tratar individuo a individuo esa “proyección” del sufrimiento intimo que se vierte en la fábrica.
Unos pocos estudios analizan los colectivos activando su memoria colectiva, analizando lo que hay de común en las humillaciones de la cadena cuando hay que pedir permiso para ir a mear o cambiarse el támpax con independencia de la personalidad o la historia individual. En esa memoria grupal se descubre lo poco individualizada que es la neurosis del trabajador que vive como fatiga y daño físico-psíquico la reducción de su vida a tiempo de trabajo. Se puede incluso medir como aumentan los consumos de alcohol o las rupturas de pareja en relación a crisis laborales .
La miseria de las organizaciones sindicales se puede visualizar en su incapacidad para articular esos estudios que posibilitarían un relato colectivo del daño laboral sin reducirlo al esquema de estrés y laboral productos de depresión- ansiedad en función de la vulnerabilidad personal.
La cultura psicológica del norte de Europa conserva restos del antiguo pacto social que permitía sustituir la cogestión por medidas sindicales muy ligadas a la base que dejaron una magra cosecha de estudios sobre el papel protector de la asamblea en la higiene mental de los trabajadores frente a los comités de seguridad en el trabajo. En ese sentido los equivalentes empíricos de la conciencia de clase -asistencia a asambleas, participación en comités de salud laboral, construcción de redes amistosas desde la fabrica- suministran protección eficaz frente a bajas laborales por depresión- ansiedad.
Apuntaba también usted en una carta al colectivo de Espai Marx que cuando alguien se siente acosado en una empresa su única defensa real son las relaciones horizontales con sus compañeros, con esas relaciones las que le pueden permitir analizar su sufrimiento en términos colectivos y encontrar apoyos reales en ese colectivo. ¿Qué tipo de apoyo puede encontrar un trabajador desesperado entre compañeros no menos desesperados en ocasiones?
La escucha de alguien que vive las propias condiciones laborales ya es terapéutica porque a diferencia de la escucha psicológica es una escucha enmarcada y no descontextualizada en la que se comparten valores y se puede actuar sobre la situación real que genera el malestar. De esa escucha siempre nacen formas de micro solidaridades que se traducen en pequeños actos de resistencia y sabotaje a los ritmos laborales o a los abusos de los de arriba. En un taller de calderería cuando entraba el ingeniero comenzaron a caer herramientas desde los andamios a su paso con lo que las visitas se hicieron infrecuentes. Tras algunas cenas navideñas en unos astilleros gijoneses los coches de los encargados aparecieron pintarrajeados. Tras las fiestas de comadres en Gijón las obreras del textil se reafirmaron en no abandonar un encierro que duró años. De esos contactos esporádicos basados en escuchas mutuas, a salir del trabajo y compartir cotidianidad creando esas redes y esos vínculos que permiten construir un Nosotros y unas rutinas comunes no hay mucha distancia y me parece el único manual de supervivencia que conozco frente al individualismo que termina en una especie de narcisismo egotista en la que cualquier perdida afectiva lleva a la depresión.
Hace muy poco ha fallecido Carlos Castilla del Pino. ¿Qué ha significado Castilla del Pino en la historia reciente de la psiquiatría española?
Perdón por citarme pero he escrito un largo articulo sobre Castilla del que fui buen amigo que podéis reproducir en vuestro portal. En él por decirlo de forma sintética afirmo que mientras su figura era aclamada por la psiquiatría de izquierda durante sus reuniones, la práctica real de esos psiquiatras progresistas se correspondía mejor con la del gran psiquiatra del franquismo López Ibor .
Este afirmó como tesis central que “las neurosis eran enfermedades del ánimo que no precisaban psicoterapia sino antidepresivos”. No hay apenas ningún neurótico hoy en España que no reciba dosis medio altas de antidepresivos de acuerdo con esas tesis. Como en tantas cosas el tirano dejo las cosas atadas y bien atadas y mientras en lo ideológico se alaba a Castilla en la practica se actúa con las ideas y la lógica del franquismo
Finalmente, hablando una vez más de memoria histórica, un psiquiatra militar, el señor Vallejo Nájera, calificó a los rojos españoles de enfermos mentales. Propuso tratarles como tales y creo que lo consiguió. ¿Era eso saber científico, ideología psiquiátrica, fanatismo envuelto en términos pseudocientíficos?
Vallejo Nájera fue una fiel expresión de las contradicciones del franquismo. Escribió textos sobre la simulación psiquiátrica que llevaron al paredón a bastantes rojos que trataban de hacerse pasar por locos, escupió sobre los internacionalistas con unos estudios epidemiológicos repugnantes, moralizó a mujeres y niños creando en los años cuarenta unas instituciones de represión llamadas Patronatos de Protección a la Mujer que vigilaban y castigaban las faltas al amoral monjil que el dictador impuso. Para colmo escribió un tratado de psiquiatría basado en la psicología de Santo Tomas de Aquino con apartados sobre la patología de la voluntad y otros disparates similares que fue obligado manual en las facultades de medicina franquistas.
Pero frente a la mayoría de la psiquiatría republicana no se apuntó por motivos religiosos a apoyar la eugenesia de los pacientes mentales que fue el crimen capital de la psiquiatría del siglo que entonces se iniciaba y que muchos de los científicos de izquierda con base en el darwinismo apoyaron. Lafora, el gran psiquiatra de la República, bien entrados los años cuarenta, aún defendía la esterilización de los pacientes mentales graves . Varios científicos e intelectuales de la Liga para la Reforma Sexual encabezada por Aurora Rodríguez aprobaban el “uso del gas ciclón para eliminar las vidas sin valor” .
En ese sentido yo he mantenido en algunos texto como hay muy poco que oponer a la psiquiatría fascista representada por Vallejo porque enfrente no hay ningún psiquiatra al servicio de la razón liberadora. Había una práctica psiquiátrica republicana defensora del manicomio provincial, una higiene mental basada en la eugenesia terrorífica, el tratamiento del pánico del soldado cercano al frente para reintegrarlos al matadero y un largo horror que hace difícilmente defendible la contradicción entre una psiquiatría fascista frente a otra de izquierda. Ambas formaban un totum revolutum en que había muy poco de bueno.
Gracias, gracias por su tiempo y por sus generosas y solidarias respuestas.
Salvador López Arnal en Kaos en la Red
http://www.kaosenlared.net/noticia/entrevista-guillermo-rendueles-psiquiatra-ensayista