Enrique Granados al piano, en un concierto que protagonizó en el Palau de la Música Catalana el 10 de mayo de 1908.
Foto: Audouard / Fondo Granados del Museu de la Música
La vieja Europa conmemora el centenario de la Gran Guerra, en el curso de la cual la humanidad demostró hasta qué punto es capaz de desperdiciar los costosos avances en el campo de las relaciones humanas.
El horror de los millones de muertos a consecuencia del conflicto supera cualquier comparación, pero no impide considerar la circunstancia puntual del trágico final de un compositor catalán que también fue víctima de la guerra, Enrique Granados (1867-1916).
Junto a Paul Wittgenstein, el pianista austríaco que perdió la movilidad del brazo derecho en una acción militar y que recibió el apoyo del mundo musical, en especial de Maurice Ravel –que le escribió el célebre Concierto para la mano izquierda–, Enrique Granados destaca como damnificado de este conflicto bélico, ya que murió en el canal de la Mancha –con su esposa, Amparo Gal– a consecuencia del torpedeamiento por parte de los alemanes del barco Sussex en que volvían de los Estados Unidos. Un conflicto en el que su país no participaba.
Las noticias del momento pusieron de relieve la estima que el compositor y pianista había despertado en los círculos musicales. Ello dio lugar a que seguidamente se abriera una suscripción con el fin de recoger dinero para sus seis hijos, dado que habían perdido padre y madre. Personas de toda condición y capacidad económica se sumaron a la colecta, incluido el rey de España, y reunieron una fortuna de 120.000 pesetas para paliar su situación.

Retrato de juventud de Enrique Granados, fechado en 1905.
Foto: Fondo Granados del Museu de la Música
Enrique Granados Campiña había nacido en Lérida en 1867, ciudad a que su padre –de origen cubano– estaba destinado como militar. Primero se trasladó a Barcelona para estudiar música con el padre de la escuela pianística catalana, Joan B. Pujol, y con el prohombre de la composición y la musicología, Felip Pedrell.
En 1883, a los dieciséis años, ya se había presentado con éxito a un certamen académico vinculado a la escuela de Pujol. A los veinte años fue a París para intentar ingresar en el Conservatoire, pero, como su contemporáneo compatriota Albéniz, no fue admitido en el centro, y cursó estudios musicales con Charles Wilfrid de Bériot, pianista hijo del célebre violinista belga y la no menos célebre cantante María Malibran.
En eso consistió su incompleta formación musical, a la que Granados supo sacar gran provecho con un talento que nadie le negaba, como artista inquieto. Regresó a Barcelona al cabo de dos años y se relacionó con los movimientos musicales que estaban poniendo las primeras piedras de una cultura musical muy sólida. Esto llevó, por ejemplo, al estreno del Concierto en la menor del noruego Edvard Grieg, compositor nacionalista que encajó muy bien en el entorno catalán.

Dibujo de un figurín de la ópera realizado por el propio compositor, que se retrató a sí mismo en el rincón.
Foto: Fons Granados del Museu de la Música

Una escena de la ópera Goyescas durante su estreno en el Metropolitan de Nueva York, el 28 de enero de 1916.
Foto: Fons Granados del Museu de la Música
Eran años de frenética puesta en marcha de proyectos concertísticos y asociativos, como la Societat Catalana de Concerts, la Societat Filharmònica de Barcelona o el Orfeó Català, todos ellos impulsados con el propósito de normalizar una vida musical que siempre había sido muy incierta. Granados se singularizó muy pronto. Sobre todo porque colaboró con Enric Morera en el proyecto del Teatre Líric Català –creado con la voluntad de catalanizar la vida lírica, demasiado dominada por la zarzuela castellana– con las obras Blancaflor (drama de Adrià Gual), Petrarca, Picarol, Follet, Gaziel y Liliana (con libreto de Apel·les Mestres), y con dos óperas, María del Carmen (con libreto de Feliu i Codina) y Goyescas (con texto de Fernando Periquet).

Enrique Granados al piano en la segunda sede que tuvo su academia, en el chaflán de las calles de Girona y Aragó, en una imagen fechada en 1910.
Foto: Brangulí / Fons Granados del Museu de la Música

Ensayo de dos alumnos en las instalaciones actuales de la academia Granados-Marshall, en la calle del Comte de Salvatierra.
Foto: Dani Codina
También se destacó porque vio la necesidad de poner en marcha un centro de estudios pianísticos, la Academia Granados. Inaugurada en 1901, pronto se convirtió en un referente de la técnica pianística. Al morir Granados pasó a ser dirigida por Frank Marshall –al tiempo que cambiaba su nombre por el de Academia Marshall, o Asociación Musical Granados-Marshall– y, desde 1959 hasta su muerte, por Alícia de Larrocha. En la actualidad, bajo la dirección de Marta Zabaleta, la academia sigue manteniendo el prestigio del músico y convocando a estudiantes de todo el mundo. El centro ha destacado como referente del método para pedal (Método teórico-práctico para el uso de los pedales del piano), que Granados había desarrollado a partir de las enseñanzas aprendidas en París. Entre sus numerosos discípulos de la vieja época se puede citar a la soprano Conxita Badia y a los músicos de diferentes especialidades y dedicaciones profesionales –todos ellos compositores, sin embargo–: Josep Cumellas, Narcisa Freixas, Frederic Longàs, Robert Gerhard, Domènec Mas i Serracant, Cristòfor Taltabull o Margarida Orfila i Tudurí. De las nuevas generaciones de pianistas hay que recordar a los hermanos Corma (Carles y Giocasta Kussrov Corma), a Rosa M. Kucharsky, a Alberto Giménez Atenelle, a Carlota Garriga o a Rosa Sabater.
A principios del siglo xx Granados se atrevió a organizar dos orquestas de efímera vida, la Societat de Concerts Clàssics (1900) y la Orquestra Barcelona (1905), que testimoniaron su voluntad de poner en marcha proyectos que llenasen los notables vacíos de la vida musical barcelonesa. También fue director musical de la potente Associació de Musica da Camera, que trajo a Barcelona lo más granado de la composición musical europea. Y en 1912, gracias al apoyo del promotor del Tibidabo, el doctor Andreu –que unos años más tarde contribuiría con una verdadera fortuna a la colecta en favor de los huérfanos del compositor–, abrió en la avenida del Tibidabo la Sala Granados, donde realizaba conciertos de gran calidad. Este espacio, sobre el que pesa actualmente la amenaza de derribo, acogería años después a la empresa de doblaje La Voz de su Amo.

Programa de mano de dos recitales que Granados dio en el Teatro de la Comedia de Barcelona los días 7 y 10 de marzo de 1906.
Pese a las iniciativas orquestales, Granados no destacó por la composición sinfónica, sino pianística. Dejó más de trescientas obras para este instrumento, entre ellas un completo repertorio de danzas (Oriental, Danzas españolas), valses (Valses sentimentales, Valses poéticos), la suite Goyescas y algunas singulares obras vocales como las Tonadillas en estilo antiguo y las Canciones amatorias. La suya es una estética neorromántica, inspirada en Schumann y Grieg, dos autores de moda en los años de su vida con faralaes hispanistas, en un momento en que el folklore español era muy exótico y tópico.
Precisamente fue Goyescas, obra en origen para piano que transformó en ópera para completar un encargo en los Estados Unidos, la que le llevó a aquel país. Allí tuvo ocasión de estrenarla, además de hacer grabaciones para rollos de pianola en el momento álgido del instrumento –gracias a los cuales podemos conocer en nuestros días cómo tocaba– y ofrecer algunos conciertos pianísticos, singularmente el que realizó en la Casa Blanca a petición del presidente Woodrow Wilson (1912-1920), viaje que le llevó al trágico final antes citado.

Homenaje al compositor en el Camarote Granados, espacio situado en los bajos del hotel Manila, sede de la Asociación de Amigos de Granados, en 1965.
Foto: Fondo Granados del Museu de la Música
Granados tuvo una descendencia numerosa. De sus hijos, Eduard (1894-1928) fue pianista y director de orquestra, y Víctor se dedicó también a la creación musical, si bien con menos proyección. Pero dada la calidad musical y la deriva personal del compositor, su nombre ha pasado a ser insigne en muchos aspectos de la vida musical del país, como ponen de manifiesto la denominación del auditorio de Lérida como Auditori Granados o la dedicación al músico de una sala del Auditori de Palma.
En Barcelona, además de la calle del Eixample que lleva su nombre, existen numerosas referencias ciudadanas, la más relevante de las cuales fue el Camarote Granados, un espacio situado en los bajos del hotel Manila que reunía a la Asociación de Amigos de Granados. La entidad, constituida en 1965 con el impulso de su hija Natàlia y de su marido, Antoni Carreras, así como de Pablo Vila-Sanjuán, hizo posible la publicación de los Papeles íntimos de Enrique Granados. También bajo la advocación del compositor se crearon diversas agrupaciones musicales, como el Sexteto Granados, destacado por su intervención en el concierto de presentación del grupo de Compositors Independents de Catalunya (1931).
Al embarcar rumbo a Estados Unidos subió al barco con las piernas agarrotadas. Él y su mujer pensaron que iban a morir en el mar, y durante todo el trayecto escribieron cartas a sus hijos contándoles el pavor que estaban pasando. Enrique Granados (1867-1916) salió por primera vez de Europa buscando el éxito. Fue a debutar en Nueva York, el sueño de cualquiera. Él, uno de los grandes compositores españoles, fue a conseguir por fin el reconocimiento que llevaba media vida esperando, el dinero suficiente para no sentirse avergonzado por no poder mantener dignamente a su familia.
No les pasó nada. Llegaron y triunfaron. No había sido fácil. Granados comenzó a componer y a tocar el piano cuando aun no llegaba a las dos cifras de edad. Su padre murió cuando él era pequeño y no tardó en ponerse a trabajar en un café donde le pagaban dos duros por dos funciones al día. Tuvo que sacar adelante a su familia. Pero su forma de tocar, sus composiciones, llamaron la atención de más de uno y consiguió estudiar bajo la batuta de los mejores maestros españoles.
Pero todo esto ocurrió a finales del siglo XIX, cuando ser músico, incluso bueno, iba ligado a vivir casi en la calle y a tener que mendigar por cobrar alguna peseta por tus composiciones. Granados sabía lo que era pasar hambre, incluso su mujer, antes de casarse con él, sabía que el músico no tenía donde caerse muerto. Pero ella, de clase acomodada, rompió con las normas de la época, se casó y ayudó a su marido a salir adelante, a que su música llegara a lo más alto.
La película narra la trágica epopeya vital de un hombre dotado de un talento musical excepcional
Toda su historia se cuenta en El amor y la muerte, una película de Arantxa Aguirre que se estrena el próximo 9 de noviembre. En ella nos hablan de todo el calvario que tuvo que pasar. De cómo estudió a conciencia para una oposición de maestro de piano y cómo una enfermedad le impidió presentarse al examen. También, su estancia en París, donde compuso una de sus mejores obras Danzas españolas y de donde se fue para volver a su tierra aunque las oportunidades eran menores.
"La película narra la trágica epopeya vital de un hombre dotado de un talento musical excepcional. Sigue sus peripecias por la apasionante Barcelona de finales del XIX y principios del XX, sus viajes a Madrid, París, Nueva York, su tesón por alcanzar el éxito y sortear, en la medida de lo posible, las trampas del destino", aseguran desde la productora y no sin razón.
Iba a estrenar sus Goyescas en París, pero llegó la guerra y todo se paralizó. Movió algunos hilos, y un par de años más tarde consiguió que estás fuesen directas a la Metropolitan Opera House. El público enloqueció y el mismísimo presidente de EE.UU., Woodrow Wilson, le dedicó un homenaje en la Casa Blanca, lo que provocó que tuviese que retrasar unos días su viaje a España. El músico por fin se embarcaba hacia Londres, desde donde iría a Francia y de ahí a España en tren.
Se subió en aquel barco sin miedo, todo iba como nunca y estaba deseando ver a sus seis hijos a las que habían dejado en Cataluña. Cuando se encontraban en el transbordador en el Canal de la Mancha un torpedo enviado por un submarino alemán chocó contra su barco. Fue en 1916, en pleno enfrentamiento. Granados, que apenas sabía nadar, tuvo que lanzarse al mar para intentar salvar a su esposa. Murieron los dos. Su muerte sonó con fuerza en el mundo de la música y aun más en su familia. Los homenajes se sucedieron durante meses. Los grandes reivindicaron la figura del que consideraban mejor que todos ellos. Hoy su legado es indudable y sus obras, conocidas en todo el mundo.
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