He tenido un conversación-discusión con una amiga, ex-profesora de universidad, sobre la interdependencia de la universidad, de la enseñanza, del sistema educativo, con el estado, con el régimen bajo el cúal se da y se sostiene esa interdependencia.
En otras palabras, y concentrando la luz de la lupa para quemar el papel: las universidades son los centros de formación intelectual de dónde emana la sabia y los 'sabios' que mantienen engrasada la maquinaria destructiva y alienante de la dictadura capitalista.
Ella, mi amiga, estaba al otro lado de ésta hermenéutica.
Sus razones reflejaban más las consecuencias de haber sido formadas y derivadas, precisamente, de ese mismo sistema que rige la educación actual que de la posición crítica con la que se tendría que objetivizar para desenmascarar el carácter de clase que se le quiere quitar para que no veamos en ello su realidad de formar un ejército sumiso a los intereses económicos reinantes que es lo que se debe de acatar.
Nosotros manteníamos, en esencia, que cuánto más conserva la educación el orden establecido, mas adecuada se la juzga, es decir, yendo al grano: que, históricamente, desde que la propiedad privada sustituyó a la propiedad colectiva y la sociedad quedó escindida en clases sociales, la "educación" sólo sirvió y ha servido para mantener y perpetuar al régimen ad hoc establecido.
La ideología de la clase dominante es la ideología imperante, decía Marx; lo que se podría transformar en: la educación de la clase dominante es la educación imperante: la domesticación que se necesita incrustar en las gentes para asegurar y continuar el catastrófico kaos establecido:
el actual orden criminal que rige el mundo.
Toda 'educación' está impuesta por las clases poseedoras y es la metodogía didáctica que necesitan para establecer tres condiciones esenciales:
--consolidar y ampliar su propia situación como clases dominantes
--prevenir los gérmenes de una posible revolución de las clases dominadas
--y destruír los restos de cualquier tradición o ideología enemiga; por ejemplo: querer supeditar los intereses privados a los intereses colectivos y establecer una democrácia económica
Este es el fín y propósito de la educacíón burguesa a través de su sistema escolar y las universidades.
tFue Aníbal Ponce, en su famosa y magistral obra: "Eduación y Lucha de Clases", el que axiomatizó lo anteriormente expresado, en éste caso extrapolándolo al necesario control y formación de la clase trabajadora: "Formar una aristocracia obrera, arribista y adicta, es una de las intenciones mas claras dentro de la enseñanza popular burguesa"
Nosotros odiamos dar consejos, pero en éste caso ponemos el "odio" a un lado para aconsejar, a todos aquellos que esten interesados en el tema, que leean el citado libro: enriquecer nuestra inteligencia.
Esta en la internet en PDF, y se puede copiar:
https://olhequenao.files.wordpress.com/2011/05/ponce-anc3adbal-educacic3b3n-y-lucha-de-
clases-1934.pdf
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....Supone ésta, por lo tanto, una confianza absoluta en la educación como medio de transformar la sociedad. Son ilustrativas al respecto las siguientes palabras de José Ortega y Gasset, el ilustre filósofo de la “república de los trabajadores”: “Si educación – dice- es transformación de una realidad en el sentido de cierta idea mejor que poseemos, y la educación no ha de ser sino social, tendremos que la pedagogía es la ciencia de transformar sociedades”
Esta confianza en la educación como una palanca de la historia, corriente entre los teóricos de la nueva educación, supone como ya vimos en la clase última un desconocimiento absoluto de la realidad social.
Ligada estrechamente a la estructura económica de las clases sociales, la educación no puede ser en cada momento histórico sino un reflejo necesario y fatal de los intereses y aspiraciones de esas clases.
La confianza en la educación como medio para transformar la sociedad, explicable en una época en que la ciencia social no estaba constituida, resulta totalmente inadmisible después que la burguesía del siglo XIX descubrió la existencia de las luchas de clase.
Porque es necesario subrayarlo: el descubrimiento de las luchas de clase fue uno de los aportes más felices de los historiadores burgueses del primer tercio del siglo XIX: de Thierry, de Guizot, de Mignet.
El concepto de la evolución histórica como un resultado de las luchas de clase nos ha mostrado, en efecto, que la educación es el procedimiento mediante el cual las clases dominantes preparan en la mentalidad y la conducta de los niños las condiciones fundamentales de su propia existencia.
Pedirle al Estado que se desprenda de la escuela es como pedirle que se desprenda del ejército, la policía o la justicia.
Los ideales pedagógicos no son creaciones artificiales que un pensador descubre en la soledad y que trata de imponer después por creerlos justos. Formulaciones necesarias de las clases que luchan, esos ideales no son capaces de transformar la sociedad sino después que la clase que los inspira ha triunfado y deshecho a las clases rivales.
La clase que domina materialmente es la que domina también con su moral, su educación y sus ideas. Ninguna reforma pedagógica fundamental puede imponerse con anterioridad al triunfo de la clase revolucionaria que la reclama, y si alguna vez parece que no es así, es porque la palabra de los teóricos oculta, a sabiendas o no, las exigencias de la clase que representan.
Para un espectador superficial que ignora el carácter de clase de las luchas históricas, podrían figurar seguramente sobre el mismo plano de la “nueva educación”, teóricos tan distintos como Wyneken, Gentile y Lunatcharsky. Si nos atenemos únicamente a lo exterior, aspiran los tres a formar una “nueva imagen del hombre”. Pero tan pronto abandonamos ese planteo superficial y no esforzamos por indagar las clases sociales que esos teóricos reflejan, ¡qué interpretación más desigual!.
Nosotros queremos en la escuela –dice Gentile- el espíritu humano en toda su plenitud y en toda su realidad”; “ese espíritu que forma, por decirlo así, la verdadera humanidad del hombre”.
Todo esto no es muy claro, sin duda alguna; pero poco más adelante el “espíritu” empieza a precisarse: “Los estudios (secundarios), dicen algunos, deben ser democráticos: como si dijéramos arrojar margaritas a los cerdos. Los estudios secundarios son por su naturaleza aristocráticos, en el óptimo sentido de la palabra; estudios de pocos, de los mejores, porque preparan a los estudios desinteresados, los cuales no pueden corresponder sino a aquellos pocos destinados de hecho por su ingenio o por la situación de la familia al culto de los más altos ideales humanos”.
Y como si esto fuera poco, algo más adelante nos dice cuál es el hombre que es necesario formar en toda su plenitud.
“El hombre no es el animal bípedo e implume que tenemos siempre bajo los ojos. Ni llega a convertirse en hombre cuando se transforma en el autómata que, introducido en un determinado engranaje jerárquico y social, cumple más o menos mecánicamente su misión como para asegurar a él y a sus hijos una vida opaca. A este animal no importará jamás el destino de Prometeo ni el destino del hombre. Para él ni griego ni filosofía servirán para nada; para él ninguna delicadeza del espíritu turbará la digestión.
Pero esta no es la humanidad; o por lo menos, no es esa la humanidad de que deseamos hablar. El hombre nuestro es el hombre que tiene eso que se llama una conciencia; es el hombre, dígase más bien, de las clases dirigentes, sin el cual no es siquiera posible el otro hombre de las buenas digestiones, porque hasta las buenas digestiones necesitan el apoyo de la sociedad y la sociedad no es concebible sin clases dirigentes, sin hombres que piensen por sí y por otros. En este hombre creo que piensan todos los que reclaman que la escuela sea para la vida. Sí, para la vida del hombre, de la conciencia humana.”
Por intermedio de un filósofo ilustre, el pensamiento de la burguesía contemporánea sobre la “nueva educación” queda expresado con una nitidez que no se presta a confusiones: no arrojar a las masas margaritas de la cultura y reservar únicamente para el hombre de las clases superiores “el completo desarrollo del espíritu”.
Convencida de su propio fracaso, acorralada por el proletariado cada vez más consciente de sí mismo, la burguesía fascista que habla por boca de Gentile no sólo declara que se debe impedir a las masas el acceso a la cultura, sino que se debe confiar a la religión el control espiritual de la plebe despreciable. “Estoy convencido –dice- de que para formar un pueblo verdaderamente grande y una nación verdaderamente fuerte es necesario que los ciudadanos tengan una concepción religiosa de la vida. Para conseguir este resultado es necesario enseñar la religión a los niños. Y puesto que estamos en Italia donde la católica es la dominante, los niños deben ser instruidos en ésta. Cuando más tarde lleguen a ser hombres, tratarán ellos mismos, y por medio de la crítica y del pensamiento, de superar esa fase pueril de enseñanza religiosa. Pero ésta es necesaria.”
Observen ustedes de pasada el escaso fervor del reformador: Gentile sabe que la religión católica que él mismo introduce en las escuelas de Italia es una forma de pensamiento subalterno. Pero exige que las masas que pasan por las escuelas y que recogerán en ella toda su cultura, permanezcan impregnadas mientras vivan con esas mismas concepciones que el filósofo desprecia. Para la burguesía que Gentile interpreta, la plebe no merece mucho más. Un educador íntimamente vinculado al ex ministro, como que fue su colaborador eminente en la Reforma de 1923, Giuseppe Lombardo Radice, nos ha dicho en un libro titulado La vida en las escuelas populares cuál es el pueblo ideal que esas escuelas religiosas aspiran a formar: “Yo quiero un pueblo gentil, meditativo, capaz de escuchar el canto de sus poetas y el concierto de sus sinfonistas, y de encantarse frente a un cuadro de su museo o de su iglesia. No quiero el pueblo torpe de la taberna, sino el pueblo que sabe vestirse con respeto de sí mismo y de los otros (aunque sea pobremente), que no salive en cualquier parte, que no destruya las plantas, que no persiga los pájaros, que no parlotee demasiado, que no golpee a su mujer y a sus hijos.”
Un pueblo manso y resignado, respetuoso y discreto; un pueblo para quien los amos tienen siempre razón, ¿cómo no habría de ser el ideal de una burguesía que sólo aspira a resolver su propia crisis, descargando todo el peso sobre los hombros de las masas oprimidas?
Sólo un pueblo “gentil, meditativo” podría soportar sin “parloteo” la explotación feroz. Y ese pueblo que el fascismo necesita es el que su escuela se apresura a prepararle.
Anibal Ponce
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