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Tenemos una cita a las doce del medio día.
Son la doce y media y aún no ha llegado.
Un silencio oscuro de luces llenaba la estancia
de fantasmas y diablos medievales
como si aquellos tiempos nunca hubiéran pasado.
De pronto aparece y se sienta a mi lado.
Parece cansado.
Los codos en sus piernas.
Sus manos entrecruzadas.
Su mirada y su pensamiento
en el suelo clavados.
Y comienza a repetirse mis preguntas
como si yo le sobrara para la entrevista
que hemos concertado...
¿Que qué son los derechos humanos?
Pués mire usted...lo único que sabemos
es que las gentes caminan hoy en día muy derechas,
como si en sus espaldas un recto listón
le hubiéran colocado.
Es más: hoy hay más gentes derechas que nunca.
¿Que qué lugar ocupamos los jorobados
en ésta procesión de derechos?
Pues mire usted...los pocos jorobados que quedan estan desapareciendo por doquier.
Y es curioso y contradictorio
porque éste es un mundo combado, al revés,
dónde los torcidos y gibados teníamos que florecer.
No se comprende muy bien.
¿Que si creo que tenemos que luchar
por nuestros derechos?
Pués mire usted...paradójiocamente,
eso sólo le corresponde a los corcovados como yo,
porque los derechos derechos estan.
Y aqui está el problema, porque, como le dije,
los chepados estamos desapareciendo por doquier...
y cada día quedan menos luchadores
por los derechos humanos.
Llegará el día que todos, todos,
caminemos derechos.
Sera nuestro fín.
El fin de todos los jorobados como yo.
Se quedó callado.
Creí que sería una pausa.
El mismo silencio oscuro de luces
abrió gietas talladas.
Pero ya no volvió a repetirse
ningúna pregunta que le formulé.
Se quedó absorto y ausente.
Había en su rostro una gran tristeza.
No lo ví salir.
Fue como si el suelo dónde miraba
se lo hubiése tragado.