R., a la izquierda,
botella de Anís del Mono
y ajedrez al centro.
Hay que mover.
¿A quíen le toca,
a mi o a él?
(¿Miramos el ajedrez?
¿O estamos ensimismados
en otras piezas a mover,
en otros paísajes
que por dentro
nos va jalando el ayer?)
La existencia es una partida de ajedrez
jamás resuelta,
pero, mientras tanto,
podemos mover el peón,
el alfil, la torre, la reina,
el rey o el caballo,
todo dependiendo del tablero
que nos ha tocado.
O también podemos enrocarnos
para defendernos de temporales
o tormentas que nos van cercando,
y proteger nuestro rey
de que sea destronado
La cuestión es entrar en una partida
donde el jugador, el existente,
tiene que mover las piezas
sobre los cuadros negros y blancos
de su mapa cuadriculado,
según el misterio del tiempo
nos va llevando.
Porque los límites y los ritmos del juego
se establecen mediante un reloj,
el reloj de lo que va pasando.
Hasta que un día
vemos que el reloj se nos ha parado...
que nos hemos quedado sin el tiempo
que para mover teníamos estipulado,
que nuestro turno se ha congelado.
R., tú te fuístes,
y aquí nos quedamos
moviendo las piezas
y dándole al cronómetro
que cuenta los ritmos y espacios
de las piezas que desplazamos.
Hasta que también, un día,
se nos pare el mismo reloj
que a ti, hoy, hace un año,
te dejó de contar el tiempo
que tenías asignado.
Estés dónde estés,
aquí, hoy, a ésta hora
podemos seguir jugando...
--A ver
--A mi toca mover
--Estoy pensando en el caballo
--Miro el reloj a ver cuánto tiempo me queda
para ésta jugada que estoy planeando...
Bueno, mientras me decido
ahí te mando éstas lineas
esparcidas en la metafísica de lo arcano
Aquí, el tic-tac del reloj,
sigue cabalgando...
y aún no sé
lo que haré con mi caballo...
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