
![]() |
Cuerpo del delito |
Las cosas, la sociedad dónde vivimos,
el mundo en el que participamos,
está ahí para que lo vivamos,
interpretemos y obedezcamos,
pero no para sacarle punta
y convertirlo en extremidades punzantes
que nos puedan dañar y matar a los demás.
Es muy grave.
Tan grave que ésto hoy en día
está castigado con la pena de muerte
en el código penal y de una forma brutal:
mediante el garrote vil.
Ahora bien,
ocurre que, debido a que hay situaciones,
coyunturas, problemas,
nudos y cosas,
como los lápices,
que si no les sacamos punta
ni las podemos arreglar ni usar,
la ley de ese código penal
--que no tiene en cuenta
éstas excepciones a tratar--
se queda coja adoleciendo
de cómo a éste conundrum enfrentar.
Al respecto, hace unos días apareció la noticia de que Rogelio Sebastian el Cano fue sorprendido, ajeno a ésta ilegalidad, dándole vueltas a un lápiz en el sacapuntas.
Alguíen le debió de dar el chivatazo a la policía porque cuándo Rogelio estaba en tal misión aparecieron los agentes en su apartamento y lo arrestaron.
Alguíen le debió de dar el chivatazo a la policía porque cuándo Rogelio estaba en tal misión aparecieron los agentes en su apartamento y lo arrestaron.
En el posterior juicio al que se le llevó, el cuerpo del delito, las birutas de la madera del lápiz, fueron la contundente evidencia que el abogado defensor no pudo desmontar y así el caso quedó listo para sentencia que, inexorablemente, a la pena de muerte al delicuente lo llevó.
En el transcurso del juicio quedó muy claro que sacarle puntas a las cosas, incluso a los lápices, cada vez se hace más peligroso para la población.
El cuerpo de abogados de la Defensa del Derecho a Escribir ha interpuesto un recurso de apelación ante el tribunal supremo sobre las bases de que un lápiz sin punta no puede escribir, de la misma manera que, en cualquier situación, si no se le sacan punta a las cosas para ver que se oculta tras las maderas que las envuelven, la sociedad carecería del principal elemento de autoregulación que es tan necesario en cualquier civilización.
Desafortunadamente, nos informan de que el tribunal supremo denegó tal apelación y hace tan sólo veinticuatro horas Rogelio Sebastian el Cano moría en el garrote vil con el cuello destrozado.
Lo curioso y escalofriante es que, para escarmiento de la ciudadanía, la palanca que le dió vueltas al torniquete que lo mató fue el mismo lápiz al que Rogelio le sacó punta.