Al pueblo colombiano


Con motivo del año nuevo las FARC-EP queremos invitar al pueblo colombiano a un momento de reflexión sobre el futuro de nuestra patria. Qué puede importarnos más que la suerte de nuestros hijos y el bienestar de las nuevas generaciones. En conciencia, las cosas en el país no están como para fiestas. Los reyes magos no vienen esta vez a saludar la buena ventura cargados de tesoros, sino que llegan avarientos a llevarse cuanta riqueza encuentran a su paso.

Y escoltados por gigantescos aparatos militares de represión y aplastamiento. Defendidos por una casta política antipatriótica, corrupta y entreguista que sólo piensa en su bolsillo. Llenos de soberbia porque cuentan a su favor con el poderoso aparato mediático de propaganda y publicidad que representan los monopolios informativos con sus periodistas y articulistas a sueldo.

El alabado repunte de la economía

Cuando la burguesía colombiana celebra sus índices recientes de crecimiento económico, con los que quiere hacer creer que ríos de leche y miel corren caudalosos por toda la nación, oculta a los colombianos que las toneladas de carbón, gas y petróleo que empujan el producto interno bruto, representan el más grande saqueo que se haya realizado jamás en este suelo. Poderosos compañías transnacionales aliadas con la oligarquía colombiana son sus únicos beneficiarios.

El crecimiento de la inversión en el agro no significa un repunte para la economía campesina ni un alivio para el campesinado violentado, sino la ampliación de la agroindustria de los biocombustibles propiedad de grandes monopolios. Hasta la tradicional clase ganadera sufre el embate de los tratados de libre comercio que ensombrecen su porvenir. Se habla de arrancar del fondo de la tierra oro, plata, platino, coltán y uranio, entre otros minerales, pero por parte de grandes corporaciones multinacionales que exigen como requisito previo la aniquilación de la mediana y pequeña minería artesanal representada por centenares de miles de familias humildes.
El auge extraordinario en infraestructura y construcción anunciado por Santos, no tiene otro objeto que la creación de las bases materiales para la operatividad de la expolición de nuestros recursos y el fortalecimiento de los pulpos financieros nacionales y extranjeros. Mientras que más de la mitad de la población colombiana sobrevive gracias al rebusque por la ausencia total de oportunidades de empleo, está demostrado históricamente que las economías de enclave minero no generan bienestar alguno. Los puestos de trabajo que se crean son precarios y sometidos a las más viles formas de explotación, lo único que nos dejarán serán los socavones.

La iniquidad social del régimen

La escandalosa aceleración de la injusticia social ha sido reconocida formalmente con la asignación del antepenúltimo lugar mundial en materia de desigualdad social. Y se refleja en la miseria y la pobreza que invaden todos los espacios urbanos y rurales habitados, en contraste con las zonas exclusivas de los barrios y haciendas pertenecientes a las altas esferas, o las áreas destinadas al circuito turístico, comercial o financiero con las que se pretende compararnos al primer mundo.

La generalizada crisis hospitalaria producto de la privatización de la salud; las graves falencias en materia de educación, originadas en el propósito de reducirla también a un negocio redondo, que produzca ovejas en lugar de hombres y apenas las necesarias máquinas humanas insensibles y robotizadas para acrecentar las ganancias de los grandes empresarios; el vergonzoso déficit en materia de vivienda y condiciones dignas de habitación; la cada vez más grave situación de los campesinos amedrentados por el paramilitarismo y las hordas de soldados profesionales que ocupan amenazantes extensos territorios, y que no va a ser solucionada por leyes de tierras concebidas para beneficiar a los expropiadores y no a los expropiados, constituyen todas lacras que demuestran la hipocresía de las clases dominantes en Colombia.

Cada mes se anuncia a los colombianos en medio de publicitadas encuestas de favorabilidad del gobierno, que el precio de la gasolina y demás combustibles aumenta, hasta el punto de que pagamos el galón más caro entre los países productores y no productores, pese a que se extrae ya casi el millón de barriles al día de nuestro suelo. Por su parte, los servicios públicos pésimos y por añadidura en crisis por obra del invierno y la desidia oficial, gravan a los usuarios con altísimas tarifas, particularmente en materia de agua y electricidad, hasta el punto de provocar, por obra del desespero, repetidas asonadas contra las empresas prestadoras en muchas partes del país.

La verdadera naturaleza del conflicto

Además es el nuestro un país en guerra. Esta no es más que el producto de la decisión oficial de dar solución violenta, a sangre y fuego, a los graves problemas sociales y políticos que aquejan la vida nacional. Cada vez que lo decimos, se nos vienen encima nuestros enemigos y su prensa paga, tachándonos de querer parecer mansas e inocentes víctimas. No se trata de nosotros.
Se trata de los cuatrocientos mil muertos sepultados para siempre en la impunidad concertada del Frente Nacional, de los cinco millones de desplazados y despojados de sus tierras en los últimos treinta años, de los cinco mil dirigentes, activistas y simpatizantes de la Unión Patriótica que sirvieron para aniquilar esa novedosa opción política, de las más de doscientas mil víctimas del paramilitarismo fomentado por las Fuerzas Armadas, de los miles y miles de colombianos desaparecidos, torturados, encarcelados o desterrados por obra de la intolerancia demencial que echó raíces en Colombia en beneficio de un reducido grupo de terratenientes, capitalistas, mafiosos y empresarios extranjeros.

Se trata de todas esas víctimas del terrorismo de Estado impuesto por la práctica de Seguridad Nacional, que ha dado en llamarse últimamente Seguridad o Prosperidad Democrática. La resistencia popular y la heroica lucha armada guerrillera son las más dignas y altas expresiones de la rebeldía y la dignidad de un pueblo que se ha negado a aceptar dócilmente el destino impuesto por los poderes dominantes.

Esa resistencia y esa lucha han sido blanco a su vez de las más gigantescas arremetidas militares y de todo orden durante casi cinco décadas. Y siguen enhiestas, combatientes, a pesar de los miles de millones de dólares suministrados por los norteamericanos, de su grosera intervención, de sus recursos tecnológicos, de los centenares de miles de hombres entrenados para matar sin piedad, de sus devastadores bombardeos, de sus ametrallamientos y desembarcos.

Es eso lo que los desespera de odio contra nosotros. Lo que alimenta sus calumnias y desafueros. Que una fuerza de campesinos, indios, negros, estudiantes y profesionales, mujeres y hombres del pueblo sostenga sus verdades y convicciones en medio del todopoderoso dominio del gran capital transnacional y sus regímenes de muerte. Es por eso que se niegan a considerar la posibilidad de un diálogo sincero de paz. Saben que aquí no van a encontrar traidores dispuestos a venderse, por eso insisten en sus amenazas de exterminio.

El año que termina y el significado del nuevo

El 2011, tal como lo pronosticamos, fue un año de grandes jornadas populares. Demoliendo la muralla del miedo, de la disuasión criminal del terrorismo de Estado, el pueblo se levantó contra la política neoliberal, la corrupción, la entrega de la soberanía, y los desafueros del poder.

Con el agua al cuello los damnificados del invierno cuestionaron la demagogia y la desidia del gobierno. Los campesinos bloquearon carreteras en rechazo a las irresponsables fumigaciones indiscriminadas que arrasaron sus cultivos. Los mineros artesanales resistieron la entrega de la explotación aurífera a las transnacionales. Los indígenas marcharon reclamando respeto a sus territorios y a su identidad. Las organizaciones agrarias exigieron la restitución de tierras y el resarcimiento de las víctimas del despojo y clamaron por la solución política del conflicto y por la paz. Los camioneros pusieron en jaque al gobierno por el incumplimiento de los acuerdos que recogen sus reivindicaciones. El país entero se indignó por el saqueo desvergonzado de los recursos de la salud y por los escandalosos robos de la contratación.

Crecieron la exasperación y la inconformidad por la desconexión de los servicios públicos en los sectores populares, porque fueron convertidos en negocios privados. Los corteros de caña se levantaron contra la nueva esclavitud que significa la llamada flexibilización laboral. Los obreros petroleros se enfrentaron a la Pacífico Rubiales, que con la complicidad del gobierno, pretende avanzar en la imposición de la precariedad e incertidumbre laboral. El movimiento estudiantil con sus portentosas marchas logró frenar el despropósito de Santos de privatizar la educación. Sin duda el año que culmina marcó el despertar, el ascenso de la lucha y la movilización del pueblo por sus derechos.

En el 2011 fueron sentadas las bases de rebeldía y dignidad para encarar las decisivas luchas sociales y políticas del 2012, que estremecerán los cimientos del sistema apátrida que está entregando la soberanía y las riquezas del país a las transnacionales del capital. El TLC y las denominadas locomotoras neoliberales del desarrollo, no pasarán. En pie de combate, bienvenido el año nuevo con sus pertrechos de inconformidad y anhelos de Colombia Nueva.

Los caídos en la guerra

Ante el sagrado altar de la patria ofrecemos la sangre revolucionaria y amorosa del comandante Alfonso Cano, caído en combate, consecuentemente, en defensa de los pobres y excluidos, y por la Colombia Nueva de su sueño. El sacrificio heroico de miles de guerrilleros y líderes sociales abatidos por la intransigencia atávica del régimen pro yanqui, es poderosa fuerza que se suma al anhelo popular de justicia y libertad. El pueblo unido, insurreccionado resueltamente contra el sistema que lo oprime, triunfará.

Pasaron los tiempos de la manipulación mediática y el engaño. Un abrazo, desde las montañas, al pueblo que el 6 de diciembre rechazó la marcha del odio y de la guerra, impulsada por el señor Juan Manuel Santos. Con ningún malabarismo podía el presidente eludir su responsabilidad en el resultado luctuoso. Fue él quien ordenó el rescate militar de los prisioneros en el Caquetá, y fue el Ejército quien penetró a sangre y fuego al campamento, como lo declaró el sargento Herazo.

Las conversaciones de paz

Nuestro pueblo anhela la paz; la insurgencia siempre ha reclamado la solución política del conflicto. Cada vez son más los que no le comen cuento al mentiroso del Palacio de Nariño; el mismo que ahora pregona que no hubo masacre en Mapiripán. Por eso la pretendida marcha contra las FARC se diluyó melancólicamente desde mucho antes de la lluvia. Uniendo voluntades podremos aislar a los guerreristas de Washington y Bogotá. Como decía el comandante Jacobo Arenas: el destino de Colombia no puede ser el de la guerra. Apoyemos todos el primer paso hacia la solución política, representado por el canje de prisioneros entre las partes contendientes.

La marcha que requiere la patria es la gran marcha por la paz y la justicia social.

En una eventual mesa de conversaciones, con un gobierno que verdaderamente aspire a la paz y no  a una rendición incondicional, interpondremos siempre las reclamaciones de justicia, de soberanía popular, de independencia, de adopción de una doctrina militar bolivariana, de una nueva política económica alejada de los inequitativos postulados neoliberales, de tierra para los campesinos, respeto a los derechos indígenas, salud y educación gratuitas, defensa del medio ambiente, replanteamiento de los contratos leoninos que favorecen a las transnacionales, política internacional que privilegie la hermandad de los pueblos, sentimientos todos, que bullen en el deseo centenario de los diversos sectores sociales del país.

Que continúe la marcha de la patria hacia la construcción de alternativas que reafirmen la soberanía y la justicia. Las mayorías movilizadas, no podrán ser detenidas por una minoría vende patria atravesada en el camino de los cambios políticos y sociales.

Con este saludo de año nuevo, recordando el compromiso que adquirimos con la senadora Piedad Córdoba y el prestante grupo de mujeres que trabajan por la paz de Colombia, informamos los nombres de tres de los seis prisioneros de guerra en nuestro poder que serán entregados a ellas tan pronto como se acuerden los protocolos necesarios. Se trata de los subintendentes de la Policía Nacional Jorge Trujillo Solarte y Jorge Humberto Romero Romero, y del cabo primero de la misma institución José Libardo Forero Carrero. En breve anunciaremos la identidad de los otros tres. Esperamos que el gobierno nacional y la cúpula militar no vayan a repetir lo ocurrido el pasado 26 de noviembre en el Caquetá.

Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, 27 de diciembre de 2011